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Actualizado: 6 de junio de 2025


Mientras tanto, los ojos saltones de su camarada le miraban con tal expresión amenazadora que parecía que iban a brincar de las órbitas y lanzarse sobre él; crecían por momentos como los de una langosta. ¿Y por qué de patatas guisadas? Yo tengo tantos hígados como usted, ¡porra! y lo he probado en la acción de Orduña y en la de Unzá, y por algo tengo en mi casa seis cruces.

Ante esos movimientos inconcebibles que arrastran por los desiertos infinitos a millares y millares de soles; ante esa colosal catarata, esa lluvia de estrellas que rueda sin cesar por los abismos del espacio; ante esas órbitas inconmensurables; ante esas distancias y velocidades donde la imaginación se pierde, descritas con la firmeza de un sabio y el fuego de un poeta por el barón de Humboldt, el joven presbítero se sintió acometido de un vértigo.

Como Mercurio y Venus describen órbitas que se encuentran envueltas por las de la Tierra, parecen oscilar hacia una y otra parte del Sol; ya pasan delante del astro, y á veces sobre su propio disco, donde se las ve destacarse á manera de pequeñas manchas negras y redondas; ya pasan por detrás del Sol.

El poeta describía prolijamente todas las fases de su descomposición cadavérica con verdad y relieve admirables. ¿Cómo estarán mis ojos? se preguntaba. Sus ojos quedarían opacos, vidriosos y poco a poco se irían poblando de gusanos que concluirían presto con ellos dejando negras, vacías las órbitas. ¿Cómo quedaría su cabeza?

Sin embargo el universo existe todavía: y los cuerpos celestes prosiguen recorriendo como antes sus órbitas inmensas.

Sus ojos enrojecidos y fatigados brillaban en el fondo de las órbitas; sus labios apretados revelaban amargura e irritación. Allí estaba, petrificado en un dolor mudo. El deseo de acercarme a él me sacudió como un calofrío de fiebre. Pero, cuando quise levantarme, sentí como dos manos de hierro que pesaban sobre mis hombros y me hicieron caer de nuevo en mi asiento.

Nuestro conocido descorre el cerrojo, entra, y luego de girar suspenso alrededor del hombre de hueso, se arrodilla y junta sus ojos a las órbitas de la calavera. Allí, en el fondo, un poco más arriba de la base del cráneo, sostenido como en un pretil en una rugosidad del occipital, está acurrucado un hombrecillo tiritante, amarillo, el rostro cruzado de arrugas.

Como generosa yegua de pura sangre a la cual pretendiesen enganchar haciendo tronco con un individuo de la raza asinina, la Tribuna se irguió, y saltándosele los ojos de las órbitas, los carrillos inflamados por la fiebre, gritó: Sal, sal de ahí, bruto.... ¡Quieres condenarme!

Al hacerlo comprendimos que la tripulación estaba alborotada; pudimos retirar las bombas sin que nos atacaran. Los marineros fueron a ver al capitán enardecidos, como locos, con los ojos inyectados, fuera de las órbitas. El capitán repitió varias veces que no había agua, que se contentaran con la media ración. Dicho esto se sentó cerca de la ballenera a charlar con el doctor Cornelius.

Algunas gotas de sudor le rodaban por la frente; sus luengas barbas negras y ásperas barrían como una escoba la mesa cuando bajaba hacia ella la cabeza para invitar dulcemente a Fernández a que se explicase mejor; sus ojos encarnizados rodaban por las órbitas con inquietud y ansiedad. Al fin se decidió a preguntar: ¿Y mis hijastros? Muerte dijo la mesa.

Palabra del Dia

rigoleto

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