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En casa de Calderón, su papel era el de vigilante o inspector de la servidumbre, el cual desempeñaba a maravilla. Su yerno descansaba confiadamente en ella. Gracias a esto y a que esperaba que mejorase a Mariana en el testamento, la guardaba más consideraciones que a ésta. Salabert era, en el fondo, tan avaro como Calderón y casi tan tímido, pero mucho más inteligente.

El avaro acumula tesoros temiendo la pobreza; y en medio de sus riquezas sufre los rigores de esa misma pobreza que tanto le espanta: él se condena á mismo á todos ellos, con su alimento limitado y grosero, su traje sucio y raido, su habitacion pequeña, incómoda y desaseada.

Y al decir esto miró al vendedor con tanta indignación como si fuese un enemigo del sosiego público; pero el palurdo, inmóvil y con las manos metidas en la faja, no se dignó reparar en la ferocidad agresiva del avaro. Además continuó don Juan , ¿para qué quiero yo eso?

Si su familia estaba ciega, en las barracas vecinas bien adivinaban la situación de Barret, compadeciendo su mansedumbre. Era un buenazo, no sabía «plantarle cara» al repugnante avaro, y éste lo iba chupando lentamente hasta devorarlo por entero. Y así fué.

Créete que me he hecho muy avaro de palabras, desde que he caído en la cuenta de que no las merecen la mayor parte de los hombres a quienes trato. ¡Dichoso si piensas todavía de otro modo! Diciendo esto, se iba incorporando Casa-Vieja y levantándose de su asiento. En seguida pidió su abrigo. Ahora... añadió perezosamente. ¿A casita? le interrumpió con socarronería su amigo.

La sumisión cobarde del Vara de plata era la primera victoria de los más audaces que formaban el acompañamiento de Luna. El sacerdote avaro y despótico bajaba los ojos ante ellos y sonreía con el deseo de ser agradable. Esto se lo debían al maestro.

El viejo, insensible a las bellezas de su huerto, sólo ansiaba la cantidad. Quería segar, las flores en gavillas, como si fuesen hierba; cargar carros enteros de frutas delicadas; y este anhelo de viejo avaro e insaciable martirizaba a la pobre Borda, que, apenas descansaba un momento, vencida por la tos, oía amenazas o recibía como brutal advertencia un terronazo en los hombros.

De él nada conoces, ni el nombre, ni el semblante, ni la seda de que se viste. Para que heredes sus bienes inenarrables, basta con que toques esa campanilla, puesta a tu lado, sobre un libro. El exhalará entonces un suspiro, en los lejanos confines de la Mongolia. Será un cadáver: y verás a tus pies más oro del que puede soñar la ambición de un avaro.

A buenas horas se acuerda de ese avaro, que me ha visto caer en la miseria, a , a la cuñada de su mujer... pues Purita y mi Antonio eran hermanos, ya sabes... y no ha sido para tenderme una mano... El año pasado, tal día como hoy, cuando se quedó viudo, mandó a la señora un socorrito.

Esa mañana, algunos de sus vecinos le habían dicho que era la víspera del Año Nuevo y que era preciso que esa noche velara para oír tocar la partida del año viejo y la llegada del nuevo, porque eso daba suerte y podría hacer volver su dinero. Aquélla no era más que una broma amistosa de los vecinos de Raveloe, para divertirse un poco de las singularidades medio insensatas de un avaro.