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Todo el mundo podía darse cuenta con sólo verlo que el tejedor era un avaro medio loco. Era sorprendente que el buhonero no lo hubiese asesinado. Muchas y muchas veces se había descubierto que la gente de esa especie, con aros en las orejas, eran asesinas. No hacía tanto tiempo que uno de esos individuos había sido juzgado, para que no hubiera gentes que lo recordaran.

La prima Pepa, pequeña y fea con un costurón en el cuello; pero eso y mucho más sufriría el avaro de Frasquito con tal de atrapar el gato de su padre, que lo tenía gordo y lucido al decir de la gente. Hablaban en voz alta, pero nada de lo que decían llegaba distintamente á los oídos de la celosa tabernera.

Amenazado ha el arenque con su fecundidad terrible; otro tanto sucede con el bacalao, y el esturión amenaza todavía. Preciso es que la Naturaleza invente un supremo devorador, comedor admirable y productor pobre, de digestión inmensa y avaro de generación.

Más hubiera dicho, pero la tos, que por lo homérica, tenía cierta semejanza con la risa de los dioses, le invadió de súbito y allí fue Troya. Concluido el acceso, el ojo rotatorio derramó abundante lloro, mientras el otro, más cerrado que arca de avaro, no daba señales de existencia. «Y ahora continuó Bou, gozoso del mutismo de Mariano , si quieres que te consejos, te los daré.

Todo cuando en la casa del avaro había, se convirtió en aquellos metales tan duros como su corazón. Atormentado por el hambre y la sed, salió al campo, y habiendo visto una fuente de agua cristalina, se arrojó con ansia a ella; pero al tocarla con los labios, el agua se cuajó y convirtió en plata.

Así piensa el avaro poder pagar con un puñado de oro la dicha de este mundo: avaro soy y el llanto es mi tesoro.

Dije virtudes, riquezas y liberalidades, porque el grande que fuere vicioso será vicioso grande, y el rico no liberal será un avaro mendigo; que al poseedor de las riquezas no le hace dichoso el tenerlas, sino el gastarlas, y no el gastarlas comoquiera, sino el saberlas bien gastar.

Soy capaz, si viene a molestarnos con su espionaje, de echarlo escaleras abajo. ¡El demonio del avaro...!

Era la tenacidad del avaro que desea estar en contacto á todas horas con sus propiedades, la pegajosidad del usurero que siempre tiene cuentas pendientes que arreglar.

Pepita Jiménez, a quien muchos han visto nacer, a quien vieron todos en la miseria, viviendo con su madre, a quien han visto después casada con el decrépito y avaro D. Gumersindo, hace olvidar todo esto, y aparece como un ser peregrino, venido de alguna tierra lejana, de alguna esfera superior, pura y radiante, y obliga y mueve al acatamiento afectuoso, a algo como admiración amantísima a todos sus compatricios.