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Seguir como hoy están, es el caudal del avaro, que lo entierra para que no se lo roben, pero que ni lo goza ni deja gozarlo: es tener sepultada una riqueza que puede producir, pero que se opone á su produccion el estado en que se la tiene de opresion y cautiverio.

Señor, dame sueño y déjame tonta... »Ya siento bulla en la calle... Pasan carros por la de Hortaleza; pronto empezarán los pregones. Mañana, ¿qué digo mañana?, hoy es miércoles, 17. ¿Recibiré carta y libranza de mi tío? Mi tío no es; pero así le llamo. ¡El pobrecito es tan bueno, pero tan avaro!... Doña Laura riñe con la criada... ¡Maldita sea D.ª Laura!

Terrible ofrecimiento es el que has hecho, Y en él, Morando, se nos muestra claro Que no hay cobarde enamorado pecho, Aunque de tu virtud y valor raro Debe mas esperarse; mas yo temo Que el hado infeliz se muestre avaro.

Así hacías llegar hasta mi oido la voz del desaliento envenenado, eco perpétuo en la conciencia mia; y yo triste, temblando, dolorido, escuchaba ese grito desgarrado, que el alma en mil pedazos me partia. Yo recordaba el tiempo venturoso en que todo en mi sér hallaba un eco, que avaro el corazon guardaba ansioso.

La estaca era, lector, el estar los caballos amarrados afuera, aunque sin haber roído un mal grano, ni haber hecho un céntimo de gasto ni de desperfecto. Echó don Simón un duro sobre la mesa. Quédese usted con la vuelta dijo don Celso, que mandaba hasta en los deseos del candidato. Guardó el avaro la moneda; pero no dijo una palabra.

Nos afanamos por apoderarnos de prisa, de prisa, trozo a trozo, del gran bloque del tiempo venidero, y estamos en la situación de un avaro que no hiciese sino guardar onzas de oro en un arca, y que cada onza se le desvaneciese sin llegar al fondo. Fíjese usted en la impropiedad del lenguaje, en lo que respecta al tiempo y a la edad de los hombres.

Pintaba a veces, con rasgos dignos de Molière o de Balzac, el tipo del avaro, del borracho, del embustero, del jugador, del soberbio, del envidioso, y después de las vicisitudes de una existencia mísera resultaba siempre que lo peor era para él. Su estudio más acabado era el del joven que se entrega a la lujuria.

Dijo que le iba a romper la cabeza: que él era quien inducía a su hermano para que la maltratara; que buena boda iba a hacer si se casaba con aquel avaro que la mataría de hambre: que más le valía casarse con un aldeano y cuidar cabras en el monte, etc., etc.; un montón de razones proferidas con extraordinaria violencia.

Si no te conociera tanto, te daría la mano; pero no: «una y no más, Santo Tomás»; me acuerdo mucho de la atención con que seguiste mis consejos. La señora estaba indignada por el lenguaje rudo de su hermano. Era muy dueño de no darle aquella miseria; al fin, resultaba lo que ella había creído siempre: un avaro sin corazón. Pero su demanda no le autorizaba para aburrirla con tanto sermoneo.

Despidióse el avaro contentísimo por haber prestado un servicio al señor Loayza, y viendo en el porvenir, por vía de réditos, la canonjía magistral cuando menos. Ocho días después volvía Ribera a casa del padre Godoy, llevando un envoltorio bajo el brazo, y le dijo: De parte de su ilustrísima le traigo estas prendas.