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A él le salvó su naturaleza, francamente refractaria a vivir bajo fanales. Nunca fue niño mimoso ni asombradizo, aunque muy avaro del calor del hogar y de la familia.

Estoy engañando á mi madre, que es tan perspicaz. Mi madre me juzga demasiado buena... y vela por , como el avaro por su tesoro, cuando el tesoro está ya perdido. No acierto á decírtelo para que no te enojes, y, no obstante, quiero decírtelo. No cumpliría con un deber de conciencia si no te lo dijese. La causa de que mi madre me aparte de es tu tío.

Su tacañería me disgusta. Pero entre hermanos hay que vivir en paz, ¿no es verdad? y por esto sufro que a espaldas mías hable mal de mis costumbres. Afortunadamente, una tiene lo que necesita para pasarlo bien, y no se ve obligada a buscar los auxilios de ese avaro. Una nueva visita entró en el salón. Eran «las magistradas», una mamá y tres hijas, íntimas de las niñas de la casa.

Apartó los ojos de la despojada imagen que delante tenía, y para verla lo menos posible, levantose, y con atención de prendero avaro, abrió el armario de luna y las gavetas de la cómoda, entró en la alcoba, registró todo como un curial que embarga o inventaría. Isidora en tanto arrojaba las preciosas botas en medio del gabinete, y después hacía lo mismo con su peineta.

Váyase al rayo, y guárdese sus colchones, que yo tengo un camastro hecho de sacos de trapo, con una manta por encima, que es la gloria divina.... Ya lo quisiera usted.... Aquéllo que es rico para dormir á pierna suelta.... Pues dámelo, dámelo, tía Roma dijo el avaro con aflicción.

Así llegaron á la casa desde donde habían de ver pasar la procesión, que era la casa de un clérigo llamado don Silvestre Entrambasaguas y de su hermana doña Petronila Entrambasaguas. #El ridículo.# Era don Silvestre un clérigo carilleno, bien cebado, grasiento, avaro, de carácter jovial, algo tonto, mal teólogo y predicador tan campanudo como hueco.

Salía cuando quería, bajaba a la tienda algunas veces, como quien va a un lugar de entretenimiento, a distraerse viendo gentes y caras nuevas, y era dueña absoluta de todo el dinero de la casa, con gran descontento de don Eugenio y del avaro Fraile. no conoces a mi hija decía el suegro a Melchor . Si sigues tan tolerante, poco adelantarás.

No era avaro; gastaba sin prudencia y me hubiese permitido hacer lo mismo si quisiera, pero sentía ansias de ganar y tener mucho, incurriendo para conseguirlo, con los clientes pobres, en faltas de consideración, casi de misericordia; adoleciendo con los ricos de cierta carencia de dignidad y altivez que a mis ojos le hacía desmerecer: lo que le importaba era cobrar, cobrar... A veces toleraba lo que no debía.

En cambio, don Josef se quedaba aterrado con la prodigalidad escandalosa de Martín, quien, cada vez que volvía de su casa después de las vacaciones, traía tal surtido de regalos para toda la escuela, que el viejo avaro, mortificado sin duda por aquel mal ejemplo y por el garbo con que Martín desparramaba sus presentes, acudía a sus pergaminos, recordaba a Gonzalo de Córdoba, su antepasado, para repudiarlo por mal administrador y por derrochador, y terminaba por sacárselo de ejemplo a Martín, para que reaccionase contra la prodigalidad y la dilapidación de la fortuna.

Pues ese es don Cosme, gritan todos, el que vive aquí a la vuelta. Y no se desgañite para decirle al público: «Señores, que no hago retratos personales, que no critico a uno, que critico a todos. Que no conozco siquiera a ese don Cosme». ¡Tiempo perdido! Que el artículo está hecho hace dos meses, y don Cosme vino ayer. Nada. Que mi avaro tiene peluca y don Cosme no la gasta. ¡Ni por esas!