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Los vascongados que trabajan en el ferrocarril, tocaban la flauta de boj toscamente labrada, haciendo como quien dice rancho aparte, y bailaban á las pasiegas con más donaire y animación. La luna creciente aparecía ya sobre el ocaso á presidir los patéticos instantes del anochecer.

De ordinario se presentan en parodia argumentos graves ó patéticos, en lenguaje lleno de refranes, alusiones, juegos de palabras y modismos propios de la hez del pueblo; y de este modo lo grandioso y conmovedor se trueca en ridículo por el contraste. El nombre y la forma parecen originarios de la mitad del siglo XVII.

Subía y bajaba la voz y la ahuecaba como un consumado artista; llevaba las manos trémulas al pecho, las agitaba en el aire y doblaba el espinazo aunque estuviese diciendo cualquier cosa natural y comente, sólo porque Castelar y Moreno Nieto lo hacían en los pasajes patéticos; terminaba muchas veces los períodos con las palabras «tribunal de la historia», «las leyes indeclinables del progreso» o «la emancipación de los pueblos», abriendo mucho la e de pueblos, como era moda entonces.

Y diciendo esto, levantose de la caja del piano próximo un murmullo vivo, que pronto fue un lamento, expresión de iracundas pasiones. Era la elegía de los dolores humanos, que a veces, por misterioso capricho de estilo, usa el lenguaje del sarcasmo. Luego las expresiones festivas se trocaban en los acentos más patéticos que pudiera echar de la voz misma de la desesperación.

Este accidente consternó mas y mas el ánimo del tirano, y determinó huirse sin pasar por Tinta, y antes de poner en práctica esta resolucion, escribió á su muger en los términos mas pateticos y melancólicos, diciéndules: vienen contra nosotros muchos soldados y muy valerosos, no nos queda otro remedio que morir.

Mas no por esto dejaba el sabio de sacar a relucir la retórica, en que creía, ostentando atrevidas imágenes, figuras de gran energía, entre las que descollaban las más temerarias personificaciones y las epanadiplosis más cadenciosas: hablaban las murallas como libros y solían decir: «tiemblan mis cimientos y mis almenas tiemblan»; y tal puerta cochera hubo que hizo llorar con sus discursos patéticos; por lo cual solía terminar el artículo del arqueólogo diciendo: «En fin, señores de la comisión de obras, sunt lacrimae rerum!».

A las pausas elocuentes, cargadas de efectos patéticos, a que obligaba al Obispo la fuerza de la emoción, contestaban abajo los suspiros de ordenanza de las beatas, plebeyas y aldeanas, que eran la mayoría del auditorio. Eran los sollozos indispensables de los días de Pasión, los mismos que se exhalaban ante un sermón de cura de aldea, mitad suspiros, mitad eruptos de la vigilia.

No quiero dar a entender que don Guillén fuese un histrión, y que, después del gran esfuerzo hipócrita sobre el proscenio, al volver entre bastidores, fingiese hallarse dominado todavía por el espanto y rigidez patéticos, y no poder recobrar la elasticidad y movilidad de los músculos de la expresión.

Pero con el nuevo aspecto de las cosas, ignorado por los bandidos; con la casa llena de mujeres, y la muerte, con su cortejo de lágrimas y de ceremonias y accesorios patéticos, enseñoreada de ella, ¡qué perturbaciones y qué escándalos y qué profanaciones y sacrilegios no produciría una batalla en el estragal, a tiro seco, con sus correspondientes blasfemias y alaridos, y cadáveres ensangrentados y palpitantes!

No obstante, por regla general se atendía más al espectáculo que en éstos. Aun no habíamos llegado a ese grado superior de perfeccionamiento, mediante el cual las acciones deben formar grato contraste con el lugar donde se ejecutan; verbi-gracia, charlar en los teatros, reirse en las iglesias, ir graves, y silenciosos, y patéticos en el paseo, como sucede, afortunadamente, en Madrid.