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Y lo que agravaba más esta situación era la incertidumbre, la espera del acontecimiento temido y todavía invisible, la angustia por el peligro que nunca acaba de llegar. La Historia se extendía desbordada fuera de sus cauces, sucediéndose los hechos como los oleajes de una inundación.

Cada vez que salía de casa o asistía a un espectáculo, siempre, en fin, que me veía envuelto en los oleajes del mar de transeúntes o de espectadores, me acordaba del dicho de Neluco y me preguntaba a propio: ¿quién soy yo, qué represento, qué papel hago, qué pito toco en medio de estas masas de gente? ¿Para qué demonios sirven en el mundo los hombres que, como yo, se han pasado la vida como las bestias libres, sin otra ocupación que la de regalarse el cuerpo? ¿Quién los conoce, quién los estima, quién llorará mañana su muerte ni notará su falta en el montón, ni será capaz de descubrir la huella de su paso por la tierra? ¿Y para eso, para vivir y acabar como las bestias, soy hombre y libre y mozo y rico? ¿No serían una mala vergüenza una vida y una muerte así?

Grande era la afliccion de Doña Juana al ver en tan inminente peligro su vida, pero Dios quiso pudiesen arribar en el puerto de Toorlan, en Inglaterra, despues de haber caminado por término de mas de dos horas, luchando con los embravecidos oleajes que un momento mas los hubiera sumergido en lo profundo de los mares.

Era un trasatlántico de la misma Compañía de navegación, que acababa de salir de Montevideo con rumbo a Europa. Venía de los puertos del Pacífico, salvando los grandes oleajes de los mares del Sur y los canalizos tortuosos del estrecho de Magallanes bordeados de montañas de hielo.

Te envenenan en Sócrates, pero te haces inmortal en su filosofía; te crucifican en Jesus, pero trescientos millones de hombres caen de rodillas ante el Evangelio; te ajustician en Juana de Arcos, ó en Mariana de Pineda, pero la fe de esas dos víctimas ilustres te da una corona; te matan de miseria en Cervantes, pero llenas el mundo con su Quijote; te cargan de cadenas en Colon, pero los oleajes y las brisas del Océano aturdido, nos traen vagamente el rumor y el saludo de cien millones de criaturas.

Y los lidiadores, parpadeando bajo la violenta transición, pasaron de la sombra a la luz, del silencio de la tranquila galería al bramar del circo, en cuyo graderío agitábase la muchedumbre con oleajes de curiosidad, poniéndose todos en pie para ver mejor. Avanzaban los toreros súbitamente empequeñecidos al pisar la arena por la grandeza de la perspectiva.