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DON SILVESTRE. Tío Merlín, usted es un tunante; ¡y si no fuera por sus canas!... MERLÍN. Señor de Seturas, usté me falta.... No hay en el pueblo naide que se atreva á dudar de mis palabras. DON SILVESTRE. Tampoco ha habido nadie que haya querido romperle el alma, y por eso tiene usted embrollado y revuelto al vecindario.

¡Anuncio!... exclamó Tremontorio mirándome, con una sonrisa más amarga que el agua de las olas. ¡Anuncio, retiña!... ¡Pues si hubiera anuncio de eso!... Está usté en su lancha como la hoja en el árbol, ni quieto ni andando; la tierra á la vista, la mar como una taza de caldo; un si es ó no es de turbonada al horizonte.... ¡Retiña!, na, porque así se puede estar un mes entero.... Este carís no es pa que naide pique las amarras.... Pues, de súpito, le da á usté en la cara un poco de brisa; oserva usté el Noroeste, y ve usté venir, echando millas, á modo de una jumera, encima de una mancha parda que va cubriendo la mar, con un rute rute, que no paece sino que el agua se despeña por las costas abajo.

¡Tiña, que yo me entiendo! ¿Por qué no quiso él que se entregara el dinero á un comerciante del Muelle cuando en el otro Cabildo se lo dijieron? Porque nos bastamos nusotros pa correr con ello sin ayuda de naide. Por lo que se pega, borrico. Que son malos quereres, tío Tremontorio.

No había honradez como la de los pobres. ¿Y aún les tenían miedo creyéndoles malos?... El se reía de la honradez de los señores de la ciudad. Mia , Rafaé, qué mérito tendrá que don Pablo Dupont, pongo el ejemplo, con toos sus millones sea bueno y no robe nada a naide.

Y al decir esto sacaba el pecho y tendía los brazos en cruz, haciendo alarde de la energía vital, de la juvenil acometividad depositadas en su cuerpo. En fin, padrino, que con lo que yo tengo naide se muere de jambre.

Y añadió dirigiéndose á su mujer, ya sabes lo que se va á hacer. Estas criaturas se vienen ahora mesmo conmigo, y se las dejo á mi madre al tiempo de bajar. ¡ No, por todos los santos del cielo! gritó la mujer, que al fin era madre. Yo soy muy capaz de cuidarlas, y no quiero que naide más que yo de comer á mis hijos.

Yo no estaba en el toque de los particulares, señor, porque andaba de aquí para allá detrás del ganao, ni el zagal tampoco... Pero un pensar naide se lo quita a uno. Cuando vi llegar por la carretera al señor cura, que es bien parecido de suyo, con la chavala, dije:

¡No, por todos los santos del cielo! gritó la mujer, que al fin era madre. Yo soy muy capaz de cuidarlas, y no quiero que naide más que yo de comer á mis hijos. Lo que eres me lo yo muy bien; y no me acomoda que el mejor día amanezcan los ángeles de Dios aterecíos á la puerta de la calle.

¡Ahora no! ¡ahora no! me dijo después de vacilar un poco ; cuando no pueda más... cuando la carga me rinda de too, ¡estonces! ¡estonces!... y a usté solo... Y, por caridá de Dios, don Marcelo: que, hoy por hoy, no sepa de estos espantos que me acaban, el señor su tío... ¡ni naide, si ser pudiera!...

Un mes en aquellos mares, deja al hombre que no le conoce la madre que le parió...; ¡tiña, más amarillo y más relambío se pone!... Guerras no hay ahora que le obliguen á uno á soltar un par de andanas á cada instante...; y como nusotros, en la Ferrolana, vimos cuantos mares Dios crió y cuanto mundo se pué ver, ¿á qué ha de ir naide ya por onde nosotros fuimos? ¡Tiña, no lo quiera Dios...; que hoy se asa usté vivo, mañana se aterece de frío, aquí calenturas, más allá sarna...; ¡hombre, qué climen más endino!...; ¡y qué gente, me valga Dios!; más colores tiene que una julia.