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Eran, en una palabra, los que divinizaban todas las miserias, todos los rigores que martirizan al hombre, marcando, en cambio, con el sello de la execración las únicas alegrías que están á su alcance. Aquellos enemigos de la vida, la insultaban llamándola valle de lágrimas. ¿No deseaban salir de ella cuanto antes?

En el primer punto, el toro, de mala raza, medio atontado por los golpes con que lo martirizan una hora en el toril, antes de entrar a la plaza, trae los dos cuernos despuntados. Toda la lucha consiste en capearlo y ponerle banderillas, de fuego para los poltrones, sencillas para los bravos.

A éste le llamaba San Eulogio «antorcha del Espíritu Santo y luz de España», pero la Historia no decía nada de sus actos. A San Eulogio lo martirizan y matan los moros en Córdoba por su excesivo entusiasmo religioso. Benito, francés de nación, que le sucede en la silla, por no ser menos que sus antecesores, hace que la Virgen le baje otra casulla en una iglesia de su país antes de venir a Toledo.

Lo de menos es que guarden el dinero. Lo peor es que nos quitan nuestro nombre, nuestra representación social; nos meten en calabozos inmundos, nos martirizan, y entretanto ellos gozan y se divierten con lo que roban. El mundo está perdido. Si no sale alguien que le vuelva del revés y ponga lo de arriba abajo y lo de abajo arriba...

Suponga usted también que ella se arrepiente de su mala conducta, que recibe de Dios aflicciones y justas calamidades, que se pudre en vida, que se retira a hacer vida claustral, que luego cae en poder de infieles, que la martirizan, que la queman, que la achicharran, que muere, que se salva, que es santa, que es pura como un ángel.... Bueno, suponga usted que nos encontramos en el cielo....

Pues no te guardo rencor: me has martirizado como los chicos martirizan á los pájaros, sin saber lo que hacen... Cuando llegó á mis oídos que no te trataba bien, que te hacía desprecios delante de la gente, me puse enfermo de rabia, como si fueses cosa propia, como si jamás me hubieses hecho nada malo.

Hay guerrilleros que entran a saco en los pueblos como en los tiempos bárbaros; que incendian, ultrajan a las mujeres y martirizan a los niños: uno ha rematado a los heridos con picos y azadas, y otro ha mandado arrancar a los jefes prisioneros tiras de carne en los brazos, simulando los galones del grado que tenían en el ejército.