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Este dinero omnipotente aún no contaba un siglo de existencia. Su vida no iba más allá de la de un hombre octogenario. Cierto era que había existido siempre; pero antes del avatar victorioso que le hizo señor del mundo, su vida se arrastraba vergonzosa entre desprecios y vilezas. Pluto era un dios sombrío y cobarde, amarillo y macilento como el oro enterrado.

Los desprecios y los bufidos resbalan sobre su persona sin molestarla. Habló Isidro de la indignación de las matronas, que consideraban como un tormento viajar con sus hijas teniendo que sufrir la compañía de Nélida.

Para Gastón ha pasado ya la edad de las ilusiones, y no es que su corazón esté fatigado, pero marchito por la experiencia. La costumbre de los disgustos le ha hecho sombrío y tímido. La costumbre de los desprecios le ha hecho desconfiado. Es como todos los hombres que han sufrido mucho.

En los primeros meses, Jaime haría frente a las murmuraciones y los desprecios; pero el tiempo pasa, un odio de siglos no se fatiga en el transcurso de unos cuantos años, y Febrer acabaría por arrepentirse de su aislamiento, reconocería su error al ir contra las preocupaciones de la gran masa, y sería Catalina la que sufriese las consecuencias, viéndose mirada en su hogar como un signo de ignominia.

Sin duda la crítica de Signorelli es, en lo general, la estrecha de su tiempo y de su nación, pero, á pesar de esto, ha estimado y realzado algunas bellezas de los dramáticos españoles, y por ningún concepto merece las burlas y desprecios de la Huerta.

La humildad teníala en el corazón el hijo del ahogado y la suicida, que si no la tuviese, no sería fácil que se la inculcaran las burlas y desprecios de sus compañeros, ni los paternales azotes del maestro y de sus protectoras: porque éstas todas se creían con derecho a amarle, pero a castigarle también. Era la suya una naturaleza amante y agradecida.

Por fin se fue acostumbrando a que Granate la festejase y hasta encontró cierta satisfacción de amor propio en recibir sus agasajos y en darle toda clase de desprecios. Pero él no cejaba. Con la tenacidad del abejorro que se empeña en salir por un cristal y se estrella cien veces contra el obstáculo, las calabazas, los desdenes y hasta las burlas no le hacían retroceder más que momentáneamente.

De estas baladronadas y de otros desprecios y majaderías que oyó, se reía el buen hombre, porque hallándose seguro de su rectitud, y deseando vivir lejos de los manejos políticos, no quería dar explicaciones ni menos complacer a la turba de falsos patriotas.

Paco Ruiz, en su carácter de ídolo de la tertulia, andaba haciendo de las suyas en torno de la mesa. Mas al poco tiempo se acercó á D.ª Demetria y con su desenfado habitual le dijo en voz alta: Doña Demetria, yo no puedo vivir sin usted. Nada pueden contra mi amor los desprecios. ¿Me concede usted un sitio á su lado?

Sin embargo, todos mis pensamientos estaban concentrados en un dulce amor perdido, y en ese arrogante y vulgar individuo que, con sus amenazas y desprecios, la tenía sometida a su irresistible y oculto poder. ¿Por qué había huido aterrorizada de ? ¿Por qué se había cometido ese cobarde e ingenioso atentado contra mi vida?