United States or Bermuda ? Vote for the TOP Country of the Week !


Hay guerrilleros que entran a saco en los pueblos como en los tiempos bárbaros; que incendian, ultrajan a las mujeres y martirizan a los niños: uno ha rematado a los heridos con picos y azadas, y otro ha mandado arrancar a los jefes prisioneros tiras de carne en los brazos, simulando los galones del grado que tenían en el ejército.

Dejaba casi siempre la ciudad por la puerta de Antonio Vela, y simulando un andar ocioso y errante, bajaba por algún atajo de la cuesta del mediodía. En el reducido arrabal de Santiago había más tráfago y rumor que en la ciudad entera. La fecundidad de la raza palpitaba al aire y al sol. Los encalados zaguanes vomitaban hacinamientos de chiquillos casi desnudos, sobre la sucia calzada.

Al día siguiente la tempestad había cesado, y el sol resplandecía vivo y alegre en la sala de estudio, cuando Catalina de Corlear, que tenía su sitio junto a la ventana, llevose patéticamente la mano al corazón y se dejó caer sobre el hombro de su vecina Carolina, simulando un repentino desvanecimiento. Está aquí suspiró.

Los muebles eran muy modestos; reducíanse á unas mesas de palo, pintadas de color castaño simulando caoba en la parte inferior, y embadurnadas de blanco para imitar mármol en la parte superior, y á medio centenar de banquillos de ajusticiado, cubiertos con cojines de hule, cuya crin, por innumerables agujeros, se salía con mucho gusto de su encierro.

El cual no se dio cuenta de aquella caída brusca desde las grandezas de pensionista a la humildad del asilado. El patio es estrecho. Se codean demasiado los enfermos, simulando a veces la existencia de un bendito sentimiento que rarísima vez habita en los manicomios: la amistad. Aquello parece a veces una Bolsa de contratación de manías. Hay demanda y oferta de desatinos. Se miran sin verse.

El gitano había vuelto á colocarse junto á su caballo y le miraba desde lejos, agitando la cuerda del ronzal como si le llamase. Batiste se aproximó lentamente, simulando distracción, mirando los puentes, por donde pasaban como cúpulas movibles de colores las abiertas sombrillas de las mujeres de la ciudad. Era ya mediodía.

¡La Revolución! exclamó Mabel d'Ornay, simulando un temblor de espanto para acercarse al joven novelista. ¡Brrr! espero que ya no habrá jamás otra. ¿Acaso el pueblo necesita reivindicaciones? ¿No tiene todo lo que le hace falta?

Pero Juan había recobrado el sentido de la realidad; balbuceó, levantando los ojos hacia ella: ¿Es usted?... ¿Es usted?... ¡Ya!... ¿Ha concluido el espectáculo? Disculpe mi confusión, pero estoy absorto en abominables cálculos. María Teresa, simulando que no veía la turbación de Juan, dijo: No he tenido valor para oír el tercer acto; la inquietud me torturaba. ¿Por qué, si yo estaba aquí?

¡Eh! dijo Diana con incredulidad. ¡Que Martholl se olvide de venir, he ahí, estoy segura, una cosa que no temes que suceda! Es fácil prever que se hará anunciar al sonar las cinco. María Teresa recorría el salón simulando ocuparse en arreglar las cosas; removía las flores en los jarrones, cambiaba de sitio los bibelots, levantaba los almohadones de seda.

Fuimos hasta los caminos de los puentes sobre los canales, donde saltimbanquis semi-desnudos, con máscaras simulando demonios pavorosos, hacen destrezas con una picardía bárbara y sutil; y mucho tiempo estuve admirando los astrólogos que, vestidos con largas túnicas, adornados con dragones de papel, venden ruidosamente horóscopos y consultas de astros. ¡Oh, ciudad, fabulosa y singular!