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Verá el señorito lo que tardan en juntarse unos y otros, y entonces será ella. Ya se incendian en el campo muchos pajares, sin que se vea la mano que les prende fuego. Dupont se exaltaba. Mejor: que se uniesen todos, que se sublevaran cuanto antes, para acuchillarlos, y obligarles a volver a la obediencia y la tranquilidad.

Al chocar esas olas contra una costa o una escollera parece que la tierra o los escollos se incendian y de ellos se levanta una especie de niebla llameante que produce un efecto verdaderamente maravilloso. Tal era el fenómeno que tanto había sorprendido a los náufragos del junco.

Hay guerrilleros que entran a saco en los pueblos como en los tiempos bárbaros; que incendian, ultrajan a las mujeres y martirizan a los niños: uno ha rematado a los heridos con picos y azadas, y otro ha mandado arrancar a los jefes prisioneros tiras de carne en los brazos, simulando los galones del grado que tenían en el ejército.

Baste de introducción y empiece el diálogo. El arrogante D. Valentín habló primero y dijo: Vamos, hombre; confiese usted que no hemos debido sufrir tantas ofensas y amenazas de intervenir con las armas en nuestras discordias civiles; jactanciosa seguridad de acogotarnos en un dos por tres, derrotando nuestro ejército y echando á pique nuestra flota; y envío incesante de aplausos á los insurrectos, de insultos feroces á los leales, y de armas, municiones, dinero, víveres y toda clase de auxilios á los que devastan, incendian, saquean y destruyen la riqueza de Cuba, para pedirnos luego indemnización por los mismos estragos y ruinas, que sin el favor de los yankees jamás se hubieran causado.

Supone el Sr. De aquí resulta que el más blando y humano de nosotros es un Calígula-Torquemada. Y que á fin de evitar que sigamos haciendo atrocidades contra los pobrecitos é inofensivos insurrectos, los Estados Unidos tienen el deber moral de reconocer la beligerancia de dichos señores que no talan, ni incendian, ni saquean, ni cometen atrocidad alguna.

Merchán contra España y tan deseoso de sacudir su yugo, que con tal de que sea libre Cuba, aplaude á los que incendian sus sembrados y plantíos y arrasan sus cortijadas indefensas, lamentando sólo que no hayan podido hasta ahora incendiar también sus ciudades y convertir toda la isla en espantoso yermo.

Este bardo argentino dejó a un lado a Dido y Arjea, que sus predecesores los Varelas trataron con maestría clásica y estro poético, pero sin suceso y sin consecuencia, porque nada agregaban al caudal de nociones europeas, y volvió sus miradas al desierto, y allá en la inmensidad sin límites, en las soledades en que vaga el salvaje, en la lejana zona de fuego que el viajero ve acercarse cuando los campos se incendían, halló las inspiraciones que proporciona a la imaginación el espectáculo de una naturaleza solemne, grandiosa, inconmensurable, callada; y entonces el eco de sus versos pudo hacerse oír con aprobación aun por la península española.

Caen desplomados los fuertes muros de S. Salvador de Prumia, de S. Martin de Turs, de las mas insignes abadías francesas... Si esto hacen los bárbaros inciviles del norte, ¿cómo esperar mas clemencia de los bárbaros cultos de oriente y mediodia, que asuelan ya el reino de Nápoles y Sicilia, que incendian á Monte Casino, á S. Plácido de Mesina, á S. Vicente de Vulturno, pasando á cuchillo á sus indefensos moradores? ¡Ah!