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Ha hecho usted jugadora a su hija. ¡Yo! Usted; jugadora como las mismas cartas. A lo que parece, no piensa en otra cosa ni de día ni de noche. He aquí una prueba continuó riendo a carcajadas: aquí tiene usted un naipe, un rey de oros, que he encontrado enrollado debajo de su almohada. Esto es una picardía, ¿verdad?
Lo frecuentaba poco; este público, compuesto de antiguos amigos, hablaba demasiado, estorbándola en sus cálculos de jugadora. Prefería el Casino, con sus vastos salones y su muchedumbre abigarrada que se expresa en diversas lenguas. Era plebeya en su juego: tenía la superstición de que la fortuna acude ante todo allí donde sus devotos forman masa.
No, señorita, me contestó, estoy segura de mi cuenta y es usted una mala jugadora. Y usted una mentirosa, le respondí. Está bien, la desprecio demasiado para contestarle, me dijo. La hermana Sainte Félix, llegó afortunadamente en ese momento, pues yo creo que iba á pegarle... He ahí lo que ha pasado. Ya ves, es imposible arreglarnos después de esto. ¡Imposible! eso sería una cobardía.
Miguel miró el interior del bolso con la curiosidad que inspiran siempre todos los objetos de la mujer que nos interesa. Vió sobre el arrugado pañuelo una carterita de piel, y colgando de ella un fetiche de jugadora, una mano con el índice y el meñique tendidos en forma de cuernos, para conjurar la mala suerte.
Sólo así lograba que saliese de sus preocupaciones de jugadora que la tenían en perpetua distracción, hablando y sonriendo automáticamente, con una mirada de sonámbula. Lubimoff le mostró una tarde varios telegramas y cartas de Madrid, de París, de Berna. Reyes y ministros se ocupaban en averiguar la suerte del aviador desaparecido.
Otro día se encargó de tomar un décimo para el próximo sorteo; la vieja, por tranquilizar su conciencia de empedernida jugadora, le dijo que si «le caía» partirían como buenos amigos.
Palabra del Dia
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