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Uno de los amigos del novio le llamó Rebolledo, aludiendo al bandido de la zarzuela Los diamantes de la corona, y la palabra hizo fortuna entre la juventud maleante. La ceremonia debía de celebrarse a las cinco de la tarde. Los novios partirían en el sud-express poco después. A las tres, la multitud de los convidados invadía los fastuosos salones de la casa de Escudero, en la calle de Alcalá.

Tan pronto como el buque quedase listo, irían á fondear en el puerto comercial. Le habían hablado de cierto cargamento para Barcelona, un flete de ocasión; pero mejor era esto que ir de vacío... Si el cargamento se demoraba, partirían con lastre. Deseaba reanudar cuanto antes sus viajes. Cada vez eran más escasos y buscados los buques. Ya era hora de salir de esta inercia forzosa.

Dos horas después vino una cartita con la autorización. La excursión se efectuaría, pues, al día siguiente, y los convidados partirían de la casa de los condes a las dos de la tarde. Invite usted de nuestra parte al amigo Villa. Dígale que es un ingrato... Hasta ahora no le he echado la vista encima me dijo al tiempo de despedirme.

Tiempo quedaba para hablar de lo ocurrido; ahora, á cenar. ¡Qué demonio! No había que gemir tanto por culpa de un tío judío. Si el tal viera todo esto, ¡cómo se alegrarían sus malas entrañas!... La gente de la huerta era buena; á la familia del tío Barret la querían todos, y con ella partirían un rollo si no había más.

Otro día se encargó de tomar un décimo para el próximo sorteo; la vieja, por tranquilizar su conciencia de empedernida jugadora, le dijo que si «le caía» partirían como buenos amigos.