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Por la noche, mojados hasta los huesos, encontramos un albergue, medio taberna, medio cabaña, que se llamaba el Reposo del Cazador. Era una choza, con las paredes y el tejado cubiertos por completo de hiedra, con dos ventanas con cortinillas rojas, iluminadas por la luz interior. Parecía aquella cabaña la cabeza hirsuta y peluda de un monstruo, con sus dos ojos encarnados.

De lo que ninguno carecía era de cobertera para el cráneo: cuál lucía hirsuta gorra de pelo, que le daba semejanza con un oso; cuál un agujereado fieltro sin forma ni color; cuál un canasto de paja tejido en el presidio, y cuál un enorme pañuelo de algodón, atado con tal arte, que las puntas simulaban orejas de liebre. ¡Oh, y qué cariño profesaban los benditos pilluelos a aquella parte de su vestido!

Por encontrar la fuente del olvido, errante, por el mundo fuí corriendo, cuando un hombre de rostro venerable, de hirsuta barba y de mirar severo, cruzóse en mi camino, y apoyando su flaca mano en mi cansado pecho, "¿dónde vas?, caminante", preguntóme . "Remedio busco a mi dolor acerbo; beber ansío el agua cristalina, que las penas disipa y los recuerdos."

El rabadán, por la vejez postrado, Tu solícito afán reclamaría, ¡Oh, Clori! mientras yo, por tu mandado, Al abismo del mar descendería, Sus perlas para ver en tu garganta, Y acosaría al lobo carnicero, Su hirsuta piel con plomo ó con acero Ganando para alfombra de tu planta. Alucinada ninfa candorosa, Desecha ese delirio que te lleva Á ser del viejo rabadán esposa.

Carmen se inclinó hacia el pobre Desdicha hasta rozar con sus labios rojeantes la piel hirsuta del animal; luego le colocó blandamente en el alfeizar de la ventana, a la raita del sol, y despidiéndose con pesar de la vista del valle y del cantar del Salia, bajó al piso principal, porque era medio día, y se comía allí a las doce en punto. El papelito azul decía: «Llego en el expreso. Fernando».

Pero sus manos angustiosas volvieron á encontrar el frío y débil sostén cuando buscaban aquella isla de duros músculos coronada por una cabeza hirsuta y sonriente. Siguió en su tenaz flotación, luchando con el sopor que le aconsejaba soltar el apoyo flotante, dejarse ir á fondo, dormir... ¡dormir para siempre! Los zapatos y los pantalones continuaban tirando de él cada vez con mayor fuerza.