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Unas tras otras habrán sido escaladas todas las montañas de las regiones populosas: construíanse senderos cómodos y después grandes carreteras desde la falda á la cúspide para facilitar la ascensión hasta á los hombres ociosos y estragados: se dispararán barrenos entre las grietas de los ventisqueros para enseñar á los papanatas la contextura del cristal: se establecerán ascensores mecánicos junto á las paredes de los montes inaccesibles en otro tiempo, y los que viajan por recreo se harán subir á lo largo de los vertiginosos muros fumándose un cigarro y hablando de cosas escandalosas.

Es verdad que, temerosos de este daño, han procurado con excesiva frecuencia Zola y los suyos cargar sus novelas de especias picantes, que estimulen los paladares estragados. Y es triste decirlo, pero necesario. Las únicas novelas de Zola que han alcanzado verdadero éxito de librería, así en Francia como en España, son las que, más o menos, están cargadas de escenas libidinosas.

A cada nuevo plato, renovabásele el goce que los estómagos no estragados y hechos a alimentos sencillos hallan en la más leve novedad culinaria. Paladeó el Burdeos, dando con la lengua en el cielo de la boca, y jurando que olía y sabía como las violetas que le traía Vélez de Rada a veces.

Ya te irás acostumbrando. ¡Oh deliciosos instantes! Si durárais mucho, no podríamos vivir. ¡A esto llama delicioso tu Alteza! exclamó Migajas. ¡Dios mío, qué frialdad, qué dureza, qué vacío, qué rigidez! Tienes aún los resabios humanos, y el vicio de los estragados sentidos del hombre. Pacorrito, modera tus arrebatos ó trastornarás con tu mal ejemplo á todo el muñequismo viviente.

A tu primo no le gustan más que las casadas. ¡Valiente tuno! dijo Fortunata moviendo la cabeza, como quien comprende tarde lo que debió de comprender antes. Estos solterones vagabundos y ricos son así... Están viciosos, estragados, mimosos; y como se han acostumbrado a hacer su gusto, piden mediodía a catorce horas.

El duque no era uno de esos hombres de torpes inclinaciones, estragados y vulgares, para los cuales los desórdenes de la mujer, lejos de ser motivo de desvío y repugnancia, sirven de estimulante a sus toscos apetitos. En su temple elevado, altivo, recto y noble, no podían albergarse juntos el amor y el desprecio; los sentimientos más delicados, al lado de los más abyectos.

Todos los que quedaban en el salón se reunieron a su alrededor y se dispusieron a escuchar. El duque de La Tour de Embleuse se colocó tranquilamente al lado de la chimenea sin sospechar que asistía al asesinato de su hija. Las gentes de mundo tienen una curiosidad de gourmet y los pequeños misterios del crimen son un plato de exquisito gusto para los espíritus estragados.