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Sangre dijo alegremente . Todo el cielo parece de sangre... Es la bestia apocalíptica que ha recibido el golpe de gracia. Pronto la veremos morir. Tchernoff sonrió igualmente, pero su sonrisa fué melancólica. No; la bestia no muere. Es la eterna compañera de los hombres. Se oculta, chorreando sangre, cuarenta años... sesenta... un siglo, pero reaparece.

En el Jordán de oro de la aurora le bautiza el rocío, y es su templo, el Cáos con su grandeza apocalíptica; mansión del super-Dios; altar etéreo. ¡Ya nace un año más! dice Diana brindando con el Sol, copón ardiendo, que eleva con su mano triunfadora desde el Atrio de Oriente; estalla un beso que lo lanza el Amor... y la Alborada se envuelve entre sus túnicas de incendio, mientras el día nimba de colores el panoramma azul.

Era ya una bestia apocalíptica, un monstruo de la noche que al arquearse llegaba a las estrellas. El ladrido de un perro y voces de personas disolvieron estas fantasmagorías de la soledad. De la sombra surgieron luces. ¡Don ChaumeDon Chaume!... ¿De quién era esta voz femenil? ¿Dónde la había oído?... Vio bultos negros que se movían, que se inclinaban, llevando en las manos estrellas rojas.

Sus delirios, ininteligibles para el vulgo, encerraban el misterio de los grandes sucesos humanos. Tchernoff describió la bestia apocalíptica surgiendo de las profundidades del mar. Era semejante á un leopardo, sus pies iguales á los de un oso y su boca un hocico de león. Tenía siete cabezas y diez cuernos.

Yo aludía al beso profano; mas, como si hubieran sido mis palabras una evocación, se ofreció en mi mente la visión apocalíptica en toda su terrible majestad. Vi al que es por cierto el primero y el último, y con la espada de dos filos que salía de su boca me hería en el alma, llena de maldades, de vicios y de pecados.

Mientras tanto, Zarandilla acariciaba con ruidosas palmadas y motes grotescos a dos asnos garañones, grandes como caballos, huesudos, angulosos, como si fuesen esculpidos a hachazos; la cara roma, los ojos casi ocultos bajo una maraña de pelos y las orejas caídas. Dos bestias de fealdad monstruosa y fantástica, que parecían surgidas de una visión apocalíptica.