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Aquellos individuos merendaban alegremente, y nos dispensaron una acogida cariñosa, brindando, así que entramos, a nuestra salud. Observé que, en medio de la confianza, don Jenaro infundía cierto respeto a todos. De las tres muchachas, una se llamaba Concha la Carbonera: era delgada, de un rubio ceniciento, mejillas pálidas y marchitas y ojos azules, fieros y desvergonzados.

Ese hombre y este pueblo me llenan la vida de prosa miserable; diga lo que quiera don Fermín, para volar hacen falta alas, aire...». Estos pensamientos la llevaban a veces tan lejos que la imagen de don Álvaro volvía a presentarse brindando con la protesta, con aquella amable, brillante, dulcísima protesta de los sentidos poetizados, que había clavado en su corazón con puñaladas de los ojos el elegante dandy la tarde memorable de Todos los Santos.

Materia... y pesetas rectificó Juanito Reseco con voz aguda, estridente y cargada de una ironía que Orgaz padre no podía comprender. Eso es gritó el orador Palma; y siguió brindando por todas las excelencias naturales que él echaba de menos en su miserable cuerpo de anémico incurable.

Desarróllase la acción de La Regenta en la ciudad que bien podríamos llamar patria de su autor, aunque no nació en ella, pues en Vetusta tiene Clarín sus raíces atávicas y en Vetusta moran todos sus afectos, así los que están sepultados como los que risueños y alegres viven, brindando esperanzas; en Vetusta ha transcurrido la mayor parte de su existencia; allí se inició su vocación literaria; en aquella soledad melancólica y apacible aprendió lo mucho que sabe en cosas literarias y filosóficas: allí estuvieron sus maestros, allí están sus discípulos.

Ya no sois como antes, llenas de fuego y vida, brindando mil coronas a la inmortalidad; algo serias os hallo; más vuestra faz querida si ya no es tan ingenua, si está descolorida, en cambio lleva el sello de la fidelidad.

Todos los comestibles de precio que destinaba á su hijo iban á servir para que los reservistas de Alemania encargados de la custodia de los prisioneros cenasen alegremente, con una alegría de mastines feroces, brindando por la gloria de su kaiser y el triunfo de su pueblo sobra el mundo entero. ¡Dios mío! ¿Qué hacer?...

Pronunció después el ingeniero Suárez, con frase correcta y atildada, un discurso enderezado a preconizar la importancia que la mujer tenía en la actual civilización y las saludables modificaciones que merced a su influjo se habían obtenido en las costumbres de los pueblos modernos; hizo un elogio tan brillante como acabado de sus actitudes artísticas, declarándolas muy superiores a las del hombre; habló también de sus perfecciones físicas, entreteniéndose con mucha complacencia a enumerarlas, y terminó brindando incondicionalmente por la obra más bella y primorosa de la creación, por la eterna y dulce compañera del hombre.

Todavía aquella privilegiada tierra está brindando á sus naturales con su fertilidad prodigiosa: fuera de los olivares, naranjales, higuerales, granados, cidras damasquinas y moreras de que se cubren sus laderas aun negligentemente labradas, produce la montaña sin que intervenga la mano del hombre, arrayanes, lentiscos, algarrobos, almezos de dulcísimo fruto, pinos, avellanos, castaños y acebuches.

En el Jordán de oro de la aurora le bautiza el rocío, y es su templo, el Cáos con su grandeza apocalíptica; mansión del super-Dios; altar etéreo. ¡Ya nace un año más! dice Diana brindando con el Sol, copón ardiendo, que eleva con su mano triunfadora desde el Atrio de Oriente; estalla un beso que lo lanza el Amor... y la Alborada se envuelve entre sus túnicas de incendio, mientras el día nimba de colores el panoramma azul.

El jesuita hablaba llanamente, expresando con sencilla claridad aquellas tremendas verdades y trazando a veces pavorosos cuadros que herían la imaginación, estremecían los corazones y preparaban los ánimos para el eco futuro de aquellas temerosas palabras: Ossa arida, audite verbum Domini!... Reinaba un hondo silencio, muy semejante al silencio del pavor; y el jesuita, torciendo un poco el rumbo a sus palabras, dejó ver de repente la bondad infinita de Dios, la más consoladora de todas sus grandezas, su inmensa misericordia, brindando siempre al pecador con su perdón tan sin límites y tan amplio, que desaparecen en él, cual si fueran átomos, los más enormes pecados.