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Actualizado: 6 de julio de 2025
Los otros no tenían nada que hacer, no servían para nada, y esto los ocupaba, mientras la divertía a ella; les hacía matar el tiempo a ellos y a ella también... Pero Zuzie no se reprochaba ninguna coquetería con Juan; pues se daba cuenta de su mérito y superioridad sobre los demás; comprendía que era hombre capaz de sufrir seriamente, y madama Scott no quería esto.
Así comprenderá él, viéndola a esas horas, que viene a pedirle perdón de sus crueldades de la víspera. Sí, irá... Pero prometió a Zuzie ser juiciosa, estarse quieta como una santa, y ¿hacer lo que hace, es portarse como una santa? Al volver confesará a Zuzie todo, y ella le perdonará. ¡Irá, irá! Mas ¿con qué se vestirá?
M. Scott se dejó convencer, y Zuzie, en los primeros días de enero de 1880, escribió la carta siguiente a su amiga Katie Norton, que desde hacía algunos años habitaba París: «¡Victoria, está decidido! Richard consiente. Llegaré en el mes de abril y volveré a ser francesa.
Las últimas palabras de mi padre fueron estas: «Zuzie, no hagas ninguna transacción en el pleito, nunca, nunca, nunca, y tendréis millones, hijas mías, ¡millones!» y nos besó a las dos, a Bettina y a mí... Lo acometió el delirio, y murió repitiendo: «¡Millones!» Al día siguiente, se presentó un procurador, ofreciéndome pagar todas las deudas y darme además diez mil dollars, si yo le transfería mis derechos al pleito.
De todo corazón, por mi parte, tanto más, Zuzie, cuanto que he visto ya muchos jóvenes desde que vivimos en Francia... ¡oh, sí, muchísimos!... pues bien, este es el primero, positivamente el primero, en cuyos ojos no he leído con claridad esta frase: «¡Señor, Dios, cuán contento estaría yo si pudiera casarme con los millones de esta personita!» Esto estaba escrito claramente en los ojos de todos los demás, y no en los de él.
Zuzie y Bettina, tranquilas, en calma, en absoluto olvido de su existencia de la víspera, tomándole cariño ya a esa comarca que acababa de recibirlas y las conservaría por algún tiempo. Juan no se hallaba tan tranquilo; las palabras de miss Percival le habían causado una profunda emoción; su corazón no recobraba aún su marcha regular. Pero de todos, el más feliz era el abate Constantín.
Os prevengo, pues, que tengo la intención de traerlo... aquí mismo, a este banco continuó, sonriendo, y hablarle, más o menos, como vos lo hicisteis con Richard. La prueba salió bien, Zuzie... sois enteramente feliz, y yo también quiero serlo. Richard, ¿Zuzie os ha hablado de M. Reynaud? Sí, me ha dicho que de ningún hombre pensaba tan bien como de éste, pero...
¡Ah, que buena sois, mi Zuzie! Edward era el picador. Había llegado hacía tres días al castillo para la instalación de las caballerizas y la organización del servicio. Dignose salir al encuentro de madama Scott y miss Percival, trayendo los cuatro poneys con el carruaje, y esperaba en el patio de la estación con numeroso acompañamiento. Puede decirse que todo Souvigny estaba allí.
¡Ninguno... mi Zuzie, absolutamente ninguno! ¿Por qué no os había de decir la verdad? ¿Es culpa de ellos? ¿Han sido poco inteligentes? ¿Habrían podido con más habilidad encontrar el camino de mi corazón? ¿O será culpa mía? ¿Este camino será, quizá, un mal camino escarpado, rocalloso, inaccesible, y por donde nadie pasará nunca? ¿Seré, tal vez, una mala criatura, seca, fría y condenada a no amar jamás?
Bueno, ya estamos en casa. Buenas noches, Zuzie, hasta mañana. Madama Scott fue a ver a sus hijos, y a besarlos dormidos. Bettina permaneció largo tiempo de codos en el balcón. Me parece se decía, que voy a tomar cariño a esta aldea. Al día siguiente, por la mañana, a la vuelta del ejercicio, Pablo de Lavardens esperaba a Juan en el patio del cuartel.
Palabra del Dia
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