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Actualizado: 6 de julio de 2025
Preguntadle a mi hermana... ¿Decid, Zuzie, cuando yo era chica en New-York, no ponía bien la mesa? Sí, muy bien respondió madama Scott. Y ella también, rogando al cura excusara la indiscreción de Bettina, quitose el sombrero y el abrigo; y Juan gozó una vez más del muy agradable espectáculo de un cuerpo precioso y admirables cabellos. Pero el desorden, y Juan lo sintió, no tuvo segunda edición.
Durante las dos horas que pasé con él, me pregunté cómo había podido yo decir semejante palabra. No, Richard; no, Zuzie; no quiero ser Princesa, ni Condesa, ni Marquesa, sino simplemente madama Juan Reynaud... si el señor Juan Reynaud consiente... lo cual no es muy seguro. El regimiento entraba a la aldea, y bruscamente estalló la música marcial y alegre a través del espacio.
Bettina no se engañó ni un segundo. Juan le presentó a Pablo de Lavardens, y éste acababa apenas el pequeño cumplimiento de estilo, cuando ya Bettina inclinándose hacia Zuzie, le decía al oído: ¡El trigésimo quinto!
Le dijeron con toda franqueza y cordialidad: «Seréis nuestro amigo.» ¡Era lo que él deseaba! ¡Ser su amigo! Y lo sería. Durante los diez días siguientes todo conspiró para el éxito de esta empresa. Zuzie, Bettina, el abate y Juan vivieron con la misma vida, en la más estrecha y confiada intimidad.
De todo corazón deseaba, y con todas sus fuerzas iba a procurar conquistar la estimación y tranquilo afecto de las dos mujeres. Trataría de no ver demasiado la belleza de Zuzie y Bettina; trataría de no perderse, como lo hizo la víspera, en la contemplación de los cuatro piececitos colocados sobre los dos taburetes del jardín.
Sí, en efecto. Apenas llegaba... iba a instalarse a vuestro lado, y permanecía allí, pensativo y silencioso; tanto, que durante varios días me pregunté, perdonadme que os hable con esta franqueza, sabéis que es mi costumbre, si no os amaría a vos, mi Zuzie. ¡Sois tan linda, tan buena, que habría sido lo más natural! ¡Pero no, no era a vos, sino a mí! ¿A vos? Sí, a mí.
Algunos días después de la representación de Aida, las dos hermanas habían tenido una larga conversación sobre la grave, la eterna cuestión del matrimonio. Madama Scott pronunció cierto nombre que provocó el rechazo más neto y más enérgico por parte de miss Percival. Y Zuzie, sonriendo, dijo a su hermana: Sin embargo, Bettina, te verás obligada a acabar por casarte.
No hace mucho, en la puerta, al partir, me dijo algunas palabras... Las palabras no decían nada; pero si hubierais visto su turbación, ¡a pesar de todos sus esfuerzos por contenerse!... Zuzie, mi Zuzie, por el cariño que os tengo, y Dios sabe cuán grande es, voy a revelaros mi convicción, mi convicción absoluta: si en vez de ser miss Percival, hubiera sido yo una pobre joven sin ningún dinero, Juan me habría tomado la mano, en ese momento, diciéndome que me amaba, y si así me hubiese hablado ¿sabéis lo que le habría respondido?
Con juicio y sin pensar en nada. ¡Sea enhorabuena! Diez minutos después, la cabeza de Bettina reposaba suavemente entre bordados y encajes, mientras Zuzie decía a su hermana: Voy donde está toda esa gente que me fastidia en extremo esta noche. Y antes de pasar a mi cuarto, vendré a ver si dormís. Silencio... dormíos.
Zuzie dice Bettina, voy a recordaros hoy vuestra promesa. ¿Os acordáis de lo que pasó entre nosotras la noche de su partida? Convinimos en que si a su vuelta yo os decía: Zuzie, estoy segura de amarlo, vos me permitiríais dirigirme a él francamente y preguntarle si me quería por esposa. Sí, os lo prometí. ¿Pero estáis segura? Completamente segura.
Palabra del Dia
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