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Ben Zayb, la única cabeza pensante, no lo sabía: él no se dedicaba á aquella industria. ¡De caracolitos, hombre, de caracolitos! contestó el P. Camorra; no se necesita ser indio para saberlo, ¡basta tener ojos! ¡Justamente, de caracolitos! repetía don Custodio gesticulando con el dedo índice; y ¿usted sabe de dónde se sacan? La cabeza pensante tampoco lo sabía.

Don Custodio frotaba la yema del dedo pulgar contra las del índice y del medio. Algo de eso hay, algo de eso, creyó deber contestar Ben Zayb que, en su calidad de periodista, tenía que estar enterado de todo.

Está usted algo descompuesto y pálido. Muchos, apesar de la impresion, al ver la calma guasona del americano se rieron y Ben Zayb muy corrido volvió á su asiento, murmurando: No puede ser; verán ustedes como no lo hace sin espejos; tendrá luego que cambiar de mesa... Mr.

Trazar un canal recto desde la entrada del río á su salida, pasando por Manila, esto es, hacer un nuevo río canalizado y cerrar el antiguo Pasig. ¡Se economiza terreno, se acortan las comunicaciones, se impide la formacion de bancos! El proyecto dejó atontados á casi todos, acostumbrados á tratamientos paliativos. ¡Es un plan yankee! observó Ben Zayb que quería agradar á Simoun.

En efecto, los frailes, á su cabeza el P. Salví y algunos seglares capitaneados por don Custodio se habían opuesto á semejantes representaciones. El P. Camorra que no podía asistir encandilaba los ojos y se le hacía agua la boca, pero disputaba con Ben Zayb que se defendía débilmente pensando en los billetes gratis que le enviaría la empresa.

Es menester que el espectáculo se prohiba, decía D. Custodio al salir; ¡es altamente impío é inmoral! ¡Sobre todo, porque no se sirve de espejos! añadió Ben Zayb. Mas, antes de dejar la sala quiso asegurarse por última vez, saltó la barrera, se acercó á la mesa y levantó el paño: nada, siempre nada.

¿Y qué me hago con la voz? ¡Pues, como formas, la alta! ¡Psh! dice Ben Zayb, ninguna vale un comino, ninguna es artista. Ben Zayb es el crítico de «El Grito de la Integridad» y su aire desdeñoso le da mucha importancia á los ojos de los que se contentan con tan poco. ¡Ni la Serpolette tiene voz, ni la Germaine tiene gracia, ni eso es música ni es arte ni es nada! termina con marcado desden.

Leeds no se lo concediese, levantó el paño y buscó los espejos que esperaba debía haber entre los piés. Ben Zayb soltó una media palabrota, retrocedió, volvió á introducir ambas manos debajo de la mesa agitándolas: se encontraba con el vacío. La mesa tenía tres piés delgados de hierro que se hundían en el suelo. El periodista miró á todas partes como buscando algo.

Y don Custodio abría ambos brazos y contemplaba gozoso el estupor de sus oyentes: á ninguno se le había occurido tan peregrina idea. ¿Me permite usted que escriba un artículo acerca de eso? preguntó Ben Zayb; en este país se piensa tan poco...

Y donde le encuentren... Terminó la frase con una mímica espresiva. Levantó ambos brazos á la altura de la cara, el derecho más encogido que el izquierdo, vueltas las palmas de la mano hácia el suelo, cerró un ojo y haciendo dos movimientos de avance, ¡Psst, psst! silbó. ¿Y los brillantes? preguntó Ben Zayb. Si se le encuentran...