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Actualizado: 23 de junio de 2025


Mil veces más crudo aún es el modo brutal con que, en la tragedia de Otelo, Yago da á Brabancio la noticia de que se ha fugado Desdémona: Your daughter and the Moor are now making the beast with two backs. Y aquí termino y no digo más, porque sería prolijo é interminable decir todo cuanto el asunto sugiere.

»¡Oh! no, la última no dije, cruzando las manos. Concédeme hasta la noche, doce horas siquiera, un día entero, y que mis hazañas, mis triunfos, mi reputación militar, se borren para siempre de la memoria de los hombres; que no quede nada de sobre la tierra... Un día, Yago, te lo ruego.

Vn Saluador en vitela con las manos sobre vn mundo. Vn Francisco Xauier, en lamina. Vna relixiosa de la orden de S.t Yago, en lamina. Las quales siete laminas, con sus marcos negros, quedaron en el q.to del Príncipe. Abriose un cubillo en la escalera que baja a la Secretaría del despacho, y se alló en él vn retrato arrollado de la Reyna madre de françia. Otro retrato del señor emperador.

Al decir estas palabras, mi interlocutor me vio hacer un gesto de sorpresa, y se detuvo para preguntarme la causa. No es nada respondí. Pero en aquel momento, recordé, a pesar mío, el hombre negro de que había hablado el hostelero la noche anterior. »¡Diez años repuso Yago fríamente es mucho! Es pagar muy cara una cosa tan pequeña. Pero no importa, acepto los diez años.

Interin él se expresaba en estos términos, accionando con calor, con entusiasmo, yo, pasmado de sorpresa, me decía: ¿Quién es, pues, el hombre que tengo delante? ¿Será Coligny, Richelieu, el mariscal Saxe?... Del estado de exaltación en que se encontraba, cayó el desconocido en un profundo abatimiento, y acercándose a , exclamó en tono sombrío: «Yago estuvo en lo cierto.

»Yo apenas me sentía con fuerzas para hablar; mis ojos se cerraban; el frío de la muerte helaba la sangre de mis venas. »Pues bien repliqué trabajosamente; recupera esos bienes por los que lo he sacrificado todo. Cuatro horas más, y renuncio al oro, a las riquezas que tanto ambicioné. »Conforme dijo entonces Yago. Has sido un buen amo para , y debo hacer algo en tu obsequio.

Aspiraba ya a una fama de mayor prestigio aún, y dije a Yago, el cual me había seguido a París: »No existe otro verdadero renombre que el que se adquiere en la carrera de las armas. ¿Qué es un literato, un poeta? Nada. Pero un gran capitán, un general... Este es el destino que ambiciono. Por una gran reputación militar daría diez años de los que me quedan de vida. »Aceptado replicó Yago.

Y, teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzó a decir: -Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho, pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado que, aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra, fuera imposible.

Al pronunciar estas palabras, se acercó a la chimenea, consultó el reloj, y, haciendo un gesto de espanto, me dijo en voz baja: «Esta mañana, al despuntar el día, me sentí tan débil y abatido, que casi no podía levantarme. Llamé a mi ayuda de cámara, y acudió Yago, en lugar de aquél. ¿Qué tengo? le pregunté.

Pero mi padre dijo lentamente, porque no le saliese la frase en verso y de modo que sus palabras adquirieron un tono pedante y aforístico: «Tiene razón mi señora la duquesa. Quienes amontonan el oro son hombres viles. ¿Qué aconsejó Yago? Llena tu bolsa. Quienes lo conquistan y lo reparten son hombres nobles. ¿Qué hizo Hernán Cortés? Quemar sus naves.

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