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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Yégof había cenado con nosotros y nos había distraído con la historia de sus tesoros, de sus castillos y de sus provincias.
¿Qué sucede? dijo Juan Claudio dejando el martillo. En vez de contestar a esta pregunta, la anciana, mirando hacia la puerta, parecía escuchar algo; luego, al no oír nada, volvió a adquirir su expresión meditativa. El loco Yégof ha pasado la noche última en la finca dijo Catalina. También ha venido a verme esta tarde dijo Hullin, sin conceder gran importancia al hecho, que le parecía indiferente.
Por otra parte, aquel loco, más que ninguno, tenía pensamientos verdaderamente extraordinarios y sublimes. No se sabía ni de dónde venía ni adónde iba, ni lo que quería, pues Yégof erraba por todas partes como alma en pena; a veces hablaba de razas desaparecidas y decía que era emperador de Austrasia, de Polinesia y de otros lugares.
En épocas normales, usted pensaría como yo, Catalina; pero usted ahora está inquieta por no recibir noticias de Gaspar... Esos rumores de guerra, de invasión, que corren la atormentan y la preocupan... No duerme usted..., y lo que le dice un pobre loco lo toma por artículo de fe. No, Hullin, no es eso; usted mismo, si hubiera oído a Yégof...
La bruja, que recordaba que el año anterior Yégof había referido a las almas de los guerreros que sus innumerables ejércitos no tardarían en invadir el país, experimentaba una vaga inquietud.
Los lobos, que permanecían sentados, le oían como personas que prestan atención. El mayor de ellos comenzó a aullar, y Yégof le dijo: ¡Tú tienes hambre, Sarimar! ¡Alégrate, alégrate, pues la carne no va a faltar en mucho tiempo; los nuestros están al llegar, y la batalla va a empezar de nuevo. Después se levantó y, golpeando una piedra con el cetro, dijo: ¡Aquí están tus huesos!
Ya puede comprenderse con cuánta alegría veían ambas mujeres la llegada del loco; era para ellas una verdadera calamidad. Ahora bien: aquel año, no habiendo vuelto Yégof, las dos hermanas le creyeron muerto, y se regocijaron con la idea de no verle más.
Ha sido Yégof, el loco Yégof dijo Jerónimo, cuyos ojos grises, rodeados de profundas arrugas y cubiertos de espesas cejas blancas, parecieron fulgurar en las tinieblas. ¡Ah! ¿Estás seguro?... La gente de Labarbe le ha visto subir cuando conducía a los otros. Los guerrilleros se miraron con indignación.
Y mientras que, semejantes a fantasmas, estas espesas nubes avanzaban lentamente, de improviso apareció Yégof gritando con voz seca: ¡Por fin estáis aquí! ¡Ya me habéis oído!
No; pero al oír a una mujer de buen juicio y de gran valor hablar como usted lo hace, no hay más remedio que pensar en Yégof, que se jacta de haber vivido mil seiscientos años. ¡Quién sabe dijo la anciana con obstinación si él se acuerda de lo que los otros han olvidado!
Palabra del Dia
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