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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Todos los sitiados pensaban lo mismo; pero lo que colmó su desesperación fue ver de repente una larga fila de cosacos desembocar en el valle de Charmes a galope tendido, con el loco Yégof a la cabeza, volando como el viento; su barba, la cola de su caballo, su piel de perro y su roja cabellera hendían el aire. El loco miraba hacia la peña y blandía la lanza por encima de su cabeza.
Nada más extraño que tal figura vista a la luz de la hoguera. Yégof era, de toda la tropa que allí había, el único que se hallaba despierto; se le hubiera, en verdad, tomado por algún rey bárbaro que soñaba en medio de su horda adormecida.
Hullin no pudo contener la risa y le respondió: No, Yégof, no; el Cielo no me ha iluminado aún lo suficiente para aceptar el honor que me quieres hacer. Además, Luisa no está en edad de contraer matrimonio. El loco volvió a tomar un aspecto grave y sombrío.
¡Oh, qué bueno es usted! dijo la joven besando a su padre con cariño. Sí, sí...; tú me acaricias dijo Hullin riendo porque hago todo lo que quieres... Pero ¿quién me pagará la madera y el trabajo?... No será ciertamente Yégof... Luisa besó otra vez a Hullin, el cual, mirándola con ternura, murmuró: Esta moneda bien vale aquella otra.
No obstante aquellas palabras y la marcha del loco, Luisa temblaba y aún sentía el rubor en el rostro cuando pensaba en las miradas que el desdichado le había dirigido. Yégof tomó el camino del Valtin.
Hullin, por su parte, no vio en él mas que un loco, y poniéndole suavemente la mano en el hombro le dijo irónicamente: ¡Salud, Yégof! ¡Vienes sin duda a prestarnos el socorro de tu brazo invencible y de tus innumerables ejércitos! El loco, sin revelar la menor sorpresa, respondió: Eso depende de ti, Hullin; tu suerte y la de toda esta gente pende de tus manos.
Pero su temor iba disminuyendo porque Yégof y su fúnebre cortejo se hallaban cada vez más lejos y se encaminaban hacia Halzach. El cuervo, lanzando un grito ronco, extendió las alas y levantó el vuelo en el cielo azul pálido. Esta sorprendente escena desapareció sin dejar rastro. Durante largo tiempo, Robin oyó los aullidos que, poco a poco, se extinguían.
No comprende usted esas cosa dijo la anciana con voz reposada y seria ; pero usted ¿no ha tenido nunca ideas de esta clase? Entonces, ¿cree usted en lo que ha contado Yégof? Sí, lo creo. ¡Cómo, Catalina, usted, una mujer de buen sentido! Si fuera la señora Rochart, no diría nada... ¡Pero usted!
Entonces Yégof, levantando el dedo hacia el cielo, exclamaba: ¡Oh mujeres! ¡Oh mujeres!... ¡Acordaos!... ¡Acordaos!... La hora se acerca... El espíritu de las tinieblas huye... ¡La antigua raza..., los señores de vuestros señores avanzan como las olas del mar!
¡Cuántas reflexiones, cuán amargos sentimientos invadían sus almas! Así que pasaron unos instantes, la anciana, sobreponiéndose a los terribles pensamientos que la embargaban, dijo gravemente: ¿Ve usted, Juan Claudio, como Yégof no estaba equivocado? Sin duda, sin duda, no estaba equivocado respondió Hullin ; pero ¿qué prueba eso?
Palabra del Dia
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