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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Lo que vosotros pensáis está lejos aún de suceder. Ese bandido de Yégof os ha dicho que carecíamos de víveres, pero es falso; tenemos para dos meses, y en dos meses nuestro ejército os habrá exterminado a todos. A los traidores les vuelve la espalda la fortuna. ¡Desgraciados de vosotros! Y como la anciana iba excitándose cada vez más, el parlamentario juzgó prudente marcharse.
Que esto sea dentro de un año, de dos, de veinte, poco importa, con tal que suceda. Mientras más tiempo espere más ganas tendré; las buenas tajadas se comen frías, como la cabeza de jabalí con vino blanco. El contrabandista decía tales palabras de una manera sencilla; pero los que le conocían adivinaban en ellas algo peligrosísimo para Yégof.
Y eso les ayudaba a pasar las horas de un modo agradable. Hullin, que se había quedado solo frente a su lamparilla de cobre, ferraba los zuecos del anciano leñador; ya no se acordaba del loco Yégof; subía y bajaba el martillo clavando gruesos clavos en las recias suelas de madera, de una manera automática, por la fuerza de la costumbre.
Todos los años, pues, a fines de noviembre, después de las primeras nieves, volvía el loco con su cuervo, lo que arrancaba siempre gritos de desesperación a Wetterhexe. ¿De qué te quejas? decía Yégof instalándose tranquilamente en el mejor sitio . ¿No vivís vosotras en mis dominios? Demasiado bueno soy, pues soporto a dos valkyrias inútiles en el Valhalla de mis antepasados.
Mientras Hullin se enteraba del desastre de nuestros ejércitos y mientras se dirigía lentamente, cabizbajo y preocupado, hacia la aldea de Charmes, todo seguía su marcha acostumbrada en la granja de «El Encinar». Nadie pensaba ya en el extraño relato de Yégof, nadie se cuidaba de la guerra; el viejo Duchêne llevaba los bueyes al abrevadero; el pastor Robin removía la cama del ganado, y Anita y Juana desnataban las ollas de leche cuajada.
Levantose llena de espanto, y, provista del maléfico cardo, se deslizó hasta la entrada de la cueva; separó la maleza y vio, a unos cincuenta pasos, al loco Yégof que avanzaba a la luz de la Luna; venía solo y gesticulaba, hendiendo el aire con su cetro, como si millares de seres invisibles le rodeasen.
¡Qué hermosa es!... añadió Yégof . Los más preciados honores le están reservados... ¡Alégrate, joven, alégrate... Tú serás reina de Austrasia! Oye, Yégof dijo Hullin , me honra mucho tu petición...; eso prueba que sabes estimar la belleza... Está muy bien...; pero mi hija está prometida ya a Gaspar Lefèvre. ¡Pues yo exclamó el loco lleno de irritación no quiero oír hablar de eso!
Durante la batalla, y hasta que cerró la noche, los habitantes de Grand-Fontaine habían visto al loco Yégof, de pie, en la cima del pequeño Donon, con su corona en la cabeza y el cetro en alto, transmitiendo órdenes, como un rey merovingio a sus imaginarios ejércitos. Lo que aconteció en el espíritu de aquel desdichado cuando vio a los alemanes en completa derrota nadie puede saberlo.
Habíamos obtenido la misma victoria que ayer y bebíamos en grandes vasijas de barro rojo, cuando, de repente, oyose un grito de: «¡El enemigo vuelve!» Y Yégof, a caballo, con sus barbas fluviales, su corona de puntas, un hacha en la mano, brillantes los ojos como los de un lobo, se apareció ante mí, entre las sombras de la noche.
Después la joven vio una docena de cosacos que trepaban por la pendiente opuesta, entre los brezos, como si fuesen liebres, y más abajo, en un claro, a Yégof que atravesaba el valle, a la luz de la Luna, como un pájaro azorado.
Palabra del Dia
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