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Actualizado: 25 de mayo de 2025
Madrid, Abril de 1909. Figúrate, lector, que vuelves a tu casa mohíno y aburrido, lacio el cuerpo, acibarado el ánimo por la desengañada labor del día. Cae la tarde; el amigo a quien esperas, no viene; la mujer querida está lejos, y aún no te llaman para comer.
¿Qué puedes tú decir al rey?... Mucho. Y... ¿qué le puedes decir?... Despacio... quiero tener armas reservadas... ¿Tú también te vuelves contra mí? ¿Porque procuro ser fuerte? No; no, señor. Yo os he dicho... como si no fuera vuestra hija: amo á un hombre, tengo empeño por él, ese hombre huye... detenedle, servidme... en cambio yo os serviré.
Escucha: tú vienes triste como de costumbre; yo estoy más alegre que suelo. ¿Por qué ese color pálido, ese rostro deshecho, esas hondas y verdes ojeras que ilumino con mi luz al abrirte todas las noches? ¿Por qué esa distracción constante y esas palabras vagas e interrumpidas de que sorprendo todos los días fragmentos errantes sobre tus labios? ¿Por qué te vuelves y te revuelves en tu mullido lecho como un criminal acostado con su remordimiento, en tanto que yo ronco sobre mi tosca tarima? ¿Quién debe tener lástima a quién?
Palabra de honor exclamó, me vuelves imbécil, me haces perder la cabeza. Estás delante de mí con la sangre fría de un confidente de comedia y yo parece que te estoy dando el espectáculo de un sainete trágico.
Tú te ríes, pero tú ya lo sabías... Don Juan traía una cesta enorme, que ha puesto encima de la mesa; luego me ha abrazado y me ha señalado en silencio la cesta. Yo la he mirado también en silencio. Esto era solemne; esto era trágico. ¿Qué contenía esta cesta? ¿Para quién era esta cesta? Era para mí: ya veo que te vuelves a reír. Ríete: yo he pasado un susto tremendo.
Hay instantes en que resulta grosera la más delicada voluptuosidad: amar sin deseo es peor que comer sin hambre. Anda dijo ella, tragándose el salado amargor de las lágrimas ; confiesa que no vuelves..., que te has cansado de mí. Entonces él no pudo más, y mintió por salir del atolladero, exclamando: ¡No he de volver! A esta frase se agarró ella como a clavo ardiendo.
Me están volviendo tarumba las emanaciones de esas aves, de esas especias, de esas frutas, de esos licores que parecen, llevar en sí gérmenes de vida y nos infunden aliento y júbilo. Repara en la incitante belleza do esas mujeres: ¡qué miradas! ¡qué senos! ¡qué admirable configuración la de sus cuerpos! ¡qué encantadora risa en sus labios! Pero ¿no te vuelves loco como yo?
Me la guardáis, y luego, cuando estemos en la Cordillera, será para vosotros. Piola sonrió con una alegría repugnante al oir mencionar este convenio. Bueno; te la guardaremos dijo . Tu serás el primero... sí es que vuelves á juntarte con nosotros no más lejos que mañana.
Si Sorege se pusiera en guardia, sus cómplices serían advertidos y las pruebas desaparecerían. Ahora comprendes, Jacobo, que es preciso que salgas de aquí sin tardanza. La ocasión es admirable. Tenemos un navío á nuestra disposición. Mañana podemos darnos á la mar y esa es la salvación, la libertad y la rehabilitación. ¡Me vuelves loco! exclamó dolorosamente el penado.
Después de una ausencia de muchos años, durante los cuales nadie ha logrado traerte al buen camino, ahora vuelves a España sin más objeto que hostigarme con pretensiones absurdas a que mi dignidad no me permite acceder. Harto he hecho por tí, y ahora mismo, cuando me has manifestado tu situación, te he propuesto un medio decoroso de remediarla. ¿Qué más puedo hacer?
Palabra del Dia
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