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Y cuando se abrían las navajas y se enarbolaban taburetes, en noche de domingo, Copa, sin hablar palabra ni perder la calma, surgía entre los combatientes, agarraba del brazo á los más bravos, los llevaba en vilo hasta la carretera, y atrancando la puerta por dentro, empezaba á contar tranquilamente el dinero del cajón antes de acostarse, mientras afuera sonaban los golpes y los lamentos de la riña reanudada.

Aquella mañana madrugó don Alejandro casi tanto como el sol, y eso que era el de los días más largos del mes de junio, de los «de por san Juan». No había pegado el ojo en toda la noche; y no por miedo a los ladrones ni por extrañar la cama, sino por la comezón de la pícara curiosidad, que le tuvo en vilo.

Dos arroyos de llanto y el anhelar de un pecho fueron la respuesta. Artegui subió a Lucía en vilo al diván y se sentó a su lado.

La llevo... porque es mía. ¿Suya?... Pero está enferma.... Yo la sanaré.... Eso no puede ser.... Es imposible repitió. Salvador la agarró por un brazo y la llevó al otro extremo de la habitación, casi en vilo. Ella iba chillando: ¡Ay..., ay..., ay!...

que lo es; pero creo muy difícil quitársela de la cabeza. Eso corre de mi cuenta... ¡Oh! Si no tuviera yo otras montañas que levantar en vilo... dijo el clérigo apartando de la ensaladera, en la cual no quedaba ni una hebra . Verá usted... verá usted si le vuelvo yo del revés como un calcetín. Para esas cosas me pinto...

Tiene dos pisos; en lo alto lucen dos balconcillos desfondados, con los vidrios de las maderas rotos y sucios; en el bajo se abre una ancha puerta achaparrada. En la fachada angosta, entre los dos huecos, leo en gruesas letras sanguinosas: Posada del Norte. Y un momento permanezco ante este rótulo, en la plaza desierta, perplejo, mohino, temeroso, con la maleta en vilo.

Asomándose por ellas, se ve tan de cerca el curvo techo, que resultan monstruosas y groseramente pintadas las figuras que lo decoran. Angelones y ninfas extienden por la escocia sus piernas enormes, cabalgando sobre nubes que semejan pacas de algodón gris. De otras figuras creeríase que con el esfuerzo de su colosal musculatura levantan en vilo la armazón del techo.

Las hachas de viento se encendieron y comenzó una especie de escena infernal. Este le empujaba de un lado, aquel del otro, querían llevarle en vilo; pero fue preciso arrastrarle, y en tanto llovían los palos sobre el infeliz caballero y los dos o tres cruzados que salieron en su defensa. ¡Viva el valiente, el invencible D. Pedro del Congosto, que ha matado a lord Gray!

Le veían del brazo por las calles con mujeres de llamativo lujo; la gente bravia que frecuenta las timbas guardaba grandes respetos al «mallorquín de las onzas» por su fuerza y su coraje. Contaban que una noche había agarrado a cierto matón, levantándolo en vilo con sus brazos de atleta para arrojarlo por una ventana. Y los mallorquines pacíficos, al oír esto, sonreían con un orgullo de localidad.

Yo estaba en vilo, creía soñar... No me cansaba de mirarle, de escuchar su voz querida y de sentir mi mano estrechada por las suyas. Sin embargo, el recuerdo de aquélla que él había amado me trabajaba el espíritu, y me turbaba mi júbilo, pero con todo no me atrevía a nombrársela. ¿Sabe mi tío, que estáis aquí, Pablo?