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Actualizado: 14 de julio de 2025
Los campos estaban perdidos; había allí mucho que hacer; pero ¡cuando se tiene buena voluntad!... Y desperezándose, este hombretón recio, musculoso, de espaldas de gigante, redonda cabeza trasquilada y rostro bondadoso sostenido por un grueso cuello de fraile, extendía sus poderosos brazos, habituados á levantar en vilo los sacos de harina y los pesados pellejos de la carretería.
Quitaremos la mesa dijo doña Manuela, y comenzó por guardar para don José lo poco que quedara de la perada y del turrón. ¿Quiere Vd. que le acostemos entre ese y yo? preguntó Millán al enfermo. Van a dar las doce; en vilo le llevaremos a Vd. a la cama.
Cada cual nadó por su lado. Al ruido que habíamos hecho habíanse despertado algunos marineros que dormían en los barcos anclados, y acudió también la pareja de carabineros que estaba de vigilancia. Diéronse voces de socorro; prodújese el alboroto consiguiente. A mí me sacaron en vilo dos marineros que habían saltado en un bote.
Eso se ice fácilmente y resulta un juguete pa un rato; pero hay que ver cómo se pone un cristiano después de estar too el día subiendo y bajando la herramienta. Al final de la jorná, pesa arrobas... ¿qué digo arrobas? tonelás. Parece que uno levanta en vilo a too Jerez cuando da un gorpe.
Después de un rato, el seminarista, a medio vestir, salió a la puerta, a fin de despedir airadamente a la criada. Patón lo trincó, le tapó la boca, y, en vilo, lo bajó y lo metió en el coche. Novillo pagó la cuenta a la posadera; y no hubo más. Arriba esperaba Angustias. Apolonio no quería pensar en ella. Novillo, con su resfriado, no podía pensar en ella.
Además, los comisarios de la plaza comenzarán la visita de inspección, para averiguar si los habitantes tienen víveres para tres meses, lo cual deberá justificarse por éstos. Hoy, 20 de diciembre de 1813. Juan Pedro Meunier, gobernador.» Todo aquello lo vio y lo oyó Hullin en menos de un minuto, pues el pueblo entero estaba en vilo. Escenas extrañas, serias, cómicas, se sucedían sin interrupción.
Y si no se ofrecía a coser las sayas de Amparo y no le hacía la cama, era por unos asomos de natural y rústico pudor que no faltan al más zafio aldeano. A la tullida le daba vueltas, le sacudía los jergones, y la sacaba en vilo del lecho, tendiéndola en un mal sofá comprado de lance, mientras se arreglaba su cuarto.
Palabra del Dia
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