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Actualizado: 18 de junio de 2025
Sus sienes verdeaban, sus ojeras se teñían de matices amoratados, la bilis se infiltraba bajo la piel, y así como una casa nueva hace parecer más vetustas las que están a su lado, así la lozana juventud de Lucía acentuaba el deterioro del marido.
En el otro cuarto, María de la Paz y Salomé habían exhumado de las profanas gavetas unas vetustas vestiduras de seda valenciana, que habían sido en mejores tiempos elegante ornato de sus personas.
Más aún; si las inspiraciones supersticiosas y los ensueños crédulos son hijos de la soledad y de las tinieblas, ¿quién me impide dar a ese castillo habitantes y misterios; gemir por la suerte de una esposa oprimida, que agoniza en sus subterráneos, y evocar sobre sus torres las vetustas sombras de sus antiguos señores?
Al caudal no despreciable de ornamentos y vasos sagrados, que a la Hacienda habían donado mis antepasados, añadí yo gran acopio de objetos, hallados algunos en vetustas ciudades del país, traídos otros de la Península.
Y añadía, mesándose el copete ralo y encanecido: ¡Está en la sangre! ¡En la sangre! ¡El aire de la tierra natal! ¡Qué grato y qué fresco esa mañana! El sol inundaba el valle y dibujaba en los muros de las vetustas casas la sombra ondulada de los aleros. De las húmedas montañas, bañadas la víspera por copiosa lluvia, soplaba un vientecillo halagador y perfumado.
¡Bah! ¿Quién se acuerda ya de esas vetustas historias? Por toda respuesta saqué del bolsillo un retrato del rey de Ruritania. Había sido hecho un mes antes de subir al trono y llevaba toda la barba.
Se encontraban en ella individuos de familias reales, herederos de coronas que estaban de paso en la Costa Azul, banqueros famosos, millonarios de todas las partes del mundo, damas célebres por su nacimiento, por su hermosura ó por sus joyas, muchas cocotas famosas y vetustas, y algunas jóvenes y frescas que deseaban llegar pronto á la vejez, como si esto fuese una condición de la celebridad.
El carruaje cruzó por delante del palacio feudal de los Peñalta, cuyas vetustas paredes, manchadas a trechos de musgo, arrojaban sobre la calle un manto de sombra. ¡Qué haría a estas horas Ricardo! María no se dijo esto; no. Pasó sin dirigir siquiera una mirada furtiva a los góticos balcones, con la misma sonrisa serena y protectora. La sombra, no obstante, le produjo un leve temblor de frío.
Detrás de la balaustrada estaban escribiendo dos empleados de lastimoso aspecto y en la primera parte de la habitación esperaban algunos hombres y algunas mujeres sentados en vetustas banquetas. Uno de los empleados levantó la cabeza, dejó la pluma, miro á los dos visitantes y reconociendo en ellos unos clientes poco comunes, se levantó de su asiento y dijo: ¿Qué desean ustedes, señores?
Recitó, fingiendo el pícaro que improvisaba, los capítulos 1.º, 2.º, 3.º y 4.º de una de sus Vetustas y ya iba a terminar con el epílogo que copiaremos a la letra, cuando Obdulia le interrumpió diciendo: ¡Dios mío! ¿Habrá aquí ratones? Yo creo sentir....
Palabra del Dia
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