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Actualizado: 16 de noviembre de 2025
Esta, apoyada sobre el hombro de su futuro hermano, seguía los movimientos del lápiz. Poco a poco se iba esparciendo por su rostro una sonrisa vanidosa. Después de trazar la cabeza, Gonzalo siguió con el busto. Le puso el peinador o matinée que la niña vestía, y se entretuvo buen rato a dibujar minuciosamente los lazos de seda con que se sujetaba por delante. Cuando el retrato estuvo terminado.
Leoville, que aquel día habría contribuido de buen grado a hacer dichoso a todo el mundo, ordenó que le hiciesen entrar en seguida y le recibió sonriente. Felipe, en cambio, entró muy serio y con aire grave y acompasado. Aún cuando era muy temprano, pues no habían dado las nueve, vestía de rigurosa etiqueta.
El dormido vió que Freya vestía un justillo de mangas sueltas ajustadas á los brazos, con botones de filigrana de oro; que unas joyas algo bárbaras adornaban su pecho y sus orejas; que una falda de flores cubría el resto de su persona. Era un traje de labradora de otros siglos que él había visto pintado. ¿Dónde?... ¿dónde?... ¡Doña Constanza!... Freya era igual á la augusta basilisa de Bizancio.
Tapado todo ello con el mezquino traje exterior, me pareceré a la violeta, que, escondida entre las verdes hojas y tal vez entre feos hierbajos, no deja conocer que exista como no sea al que tenga la nariz muy fina y por su delicado olor la descubra. Seré como aquel personaje de cierto romance que recita don Pascual, el cual personaje vestía de peregrino y llevaba una esclavina
Tenía una hermosa cara noble, roja; el pelo blanco, patillas muy cortas y los ojos pequeños y brillantes. Vestía muy limpio; en verano, unos trajes de lienzo azul, que a fuerza de lavarlos estaban siempre desteñidos; y en invierno, una chaqueta de paño negro, fuerte, que debía de estar calafateada como una gabarra. Llevaba una gorra de punto con una borla en medio.
Vestía rico abrigo de pieles, con traje de seda del color del sombrero, cubierta la falda por otra de tul o granadina, que era por entonces la última moda. Llevaba, como hemos dicho, el manguito levantado a la altura de los ojos: éstos posados en el suelo, como quien nada tiene que ver ni partir con lo que a su alrededor acaece.
La alcoba en que dormía Juanita no tenía más luz que la que entraba por un ventanillo redondo, abierto sobre la puerta de la alcoba que daba salida a la sala. En esta, y no en la alcoba, donde no había espacio bastante, se lavaba, se peinaba y se vestía Juanita todas las mañanas. En la alcoba apenas había más muebles que la cama, una mesita de noche, un armario para vestidos y tres sillas.
Don Román vestía su eterno traje, su traje típico: pantalones anchos; larga levita negra, verduzca y mugrienta; chaleco blanco, pringado de rapé en las solapas; el cuello de la camisa altísimo, arrugado, sin almidón; ancho y apretado corbatín.
Además, D. Paco era un hombre excelente, y temblaba de miedo delante de la Condesa cuando ésta le achacaba las faltas del niño. Vestía de negro, siempre en traje ceremonioso, aunque no nuevo, usando asimismo peluca blanca, rematada en descomunal bolsa.
Confieso que soy un poco bruta y testaruda, ¡pero no siempre, hijo, no siempre!... Además, no me sienta mal este geniecillo agrio, ¿verdá tú? La hermosa odalisca se había sentado sobre las rodillas del duque y le daba fuertes palmadas con entrambas manos en sus carrillos de trompetero recién rasurados. Vestía una bata de color azul oscuro con adornos más claros, que le sentaba admirablemente.
Palabra del Dia
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