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La más suculenta gelatina se le acedaba, irritábanle los mariscos, la carne asada le daba náuseas, lo caliente le producía frío, con lo helado sudaba, las trufas le enfurecían, el rico Borgoña se le antojaba brebaje despreciable y la manzanilla le daba ganas de llorar; púsose al fin más triste que San Juan cuando descubrió la estrella del ajenjo que vertía hiel sobre la tierra.

Por eso él, siempre que hablaba vertía raudales de ciencia enseñando á sus oyentes á qué hora se había levantado, si el chocolate le había producido algún ardor en el estómago, cuál era su paseo favorito, si las últimas botas que le hicieron habían resultado buenas, en qué postura dormía más á su gusto, etc., etc. Estos conocimientos no salían de la esfera de su personalidad.

Por cada uno que se tragaba era preciso que la Morana le sirviese una copa de ginebra, la cual vertía cuidadosamente en un frasco que llevaba al efecto en el bolsillo. Si eran seis cuarterones, seis copas; si ocho, ocho. Toda esta ginebra pasaba delicadamente a su estómago en pequeños sorbos después que se había metido en la cama. «¿Pero don Segis, cómo se bebe usted tanta ginebra de una vez?

Sin embargo, algunas dudas lo asaltan. «Ahora, general le dice alguno , la nación se constituirá bajo el sistema federal; no queda ni la sombra de los unitarios. ¡Hum!, contesta meneando la cabeza, todavía hay trapitos que machucar . Y con aire significativo añade: Los amigos de abajo no quieren ConstituciónEstas palabras las vertía ya desde Tucumán.

Doña Luz, pues, en vista de todo lo expuesto, convino consigo misma en que estaba enamoradísima de su marido, en que tenía razón para estarlo y para haberse casado con él, y en que su amistosa ternura por el Padre y las lágrimas que vertía por su muerte, y hasta los besos que le había dado, eran de orden tan distinto, que en nada se oponían ni alteraban, ni modificaban en un ápice, ni aflojaban en un solo punto el lazo amoroso y matrimonial que a D. Jaime la ligaba.

Procuraba sofocar sus deseos, apagar la impaciencia; mas a despecho suyo un diablo tentador hacía brincar su corazón de gozo cada vez que tal pensamiento le acudía al cerebro. Con astucia infernal, Salabert hacía lo posible por introducir la desconfianza en el ánimo de su esposa. Unas veces de un modo solapado, otras cínico y brutal, vertía en su alma el veneno de la sospecha.

Cuando el hijo de la duquesita vertía sus primeras lágrimas entre lienzos de Holanda y ricos encajes, hacía sus primeros pucheros el chiquitín de Manuela envuelto en pañales de bayeta amarilla. No habían salido a misa de parida, aún guardaban cama, cuando una noche, casi de madrugada, la duquesita mandó llamar a su doncella, hermana de Manuela.

Pablito, inclinado, sumiso, la vertía al oído frases ardientes e ingeniosas como éstas: Ayer cuando venía de Tejada, la he visto a usted con su papá, tan guapetona como siempre. ¡Qué guasón! También yo le vi. Venía usted en coche abierto. Guía usted muy bien. Es favor, Carmencita. Guiar ahora esos caballos no tiene nada de particular, lo hace cualquiera. ¡Si los viera usted cuando los compré!

Y se confesaba con ella, cándidamente: la decía que era un enfermo, un niño, un loco necesitado de cuidados y de amor; que su aparente valor ocultaba un miedo infantil; que su soberbia era humilde; que odiando amaba; que cuando vertía lágrimas de compasión, la sonrisa del escarnio las contenía; que pasaba de un extremo a otro con dolorosa inquietud, con ansia atormentadora, con la necesidad nostálgica de una inmutable serenidad.

Y con voz sorda comenzó a exponer sus quejas, a descubrir los agravios que su marido le hacía diariamente. A nadie en el mundo, más que a su madrastra, haría tales confidencias, que en ella no provocaban lágrima alguna. D.ª Carmen era quien las vertía una a una de sus ojos cansados.