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Actualizado: 21 de julio de 2025


Por él venía, descendiendo a saltos, un muchacho fornido, rechoncho, tan mal vestido como los demás, el cual a cada paso lanzaba una interjección y amenazaba con el puño.

Pónese a regatear un «marinero» de setenta y dos francos con noventa y cinco céntimos. Al instante vi que no venía por el «marinero», sino por la que lo vendía. ¡Me miraba, me miraba...! ¡Bueno...! Cogió su «marinero» y se marchó.

De este cielo bajaba un bulto grande á manera de nube, que venia á caer encima del aparador del Rey.

El día era hermosísimo: un airecillo manso y saturado de aromas campestres movía lentamente los árboles; los andenes estaban casi vacíos; no se oían más ruidos que el rodar del ómnibus que regresaba al pueblo y el alegre piar de una bandada de gorriones, que venía revoloteando a posarse en los alambres del telégrafo.

Allí se celebraba la romería por la tarde, con la gente que venía de la villa y la que regresaba de la ermita. Para ir a ésta, era necesario separarse en aquel punto de la carretera y tomar por callejuelas estrechas y pendientes, limitadas por toscas paredillas de piedra, cubiertas de zarzales.

Bien hubiera querido don Paco, cuando Antoñuelo venía, rodear las cosas de suerte que le obligase a entretener a la madre, hablando o jugando al tute con ella; pero Antoñuelo aseguraba que no sabía jugar al tute y daba a entender que nada tenía que decir a Juana.

El caballero hospitalario, que venía delante de nosotros, cayó muerto allá arriba de un hachazo en el cráneo. La servidumbre y la guarnición han sido pasadas á cuchillo. Somos los únicos que han escapado con vida hasta ahora. En mi opinión el único recurso es refugiarnos en la torre, cuyas llaves véis allí, pendientes del cinto de mi infortunado señor.

Fuera de la criada de más confianza, que ya venía á traer un recado, ya á dar algún auxilio indispensable, nadie más que el P. Jacinto entraba en la habitación donde se hallaban Clara y Lucía. Al anochecer subió de punto, llegó á su colmo la agitación febril de Doña Blanca. El P. Jacinto estaba acompañando á las dos amigas y asistiendo con ellas á la enferma.

Otros muchos, encorvados sobre mismos, tiritaban al sentirse devorados por la fiebre y acusaban a Juan Claudio de haberlos llevado al Falkenstein. Hullin, con una firmeza de carácter sobrehumana, iba y venía observando lo que pasaba en los valles de los alrededores, sin pronunciar una palabra.

No era grande la distancia de allí a su casa, pero aunque le dijeran que en la cochera le esperaba el mismo Nuncio, no iba. ¡Qué había de ir!... Aun haciéndole bueno que con tal viajecito venía la gorda, lo pensaría antes de decidirse a subir la cuesta con aquel calor. ¡Vaya! Menos historias y a trabajar.

Palabra del Dia

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