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Actualizado: 3 de junio de 2025
El día siguiente, cerca de la una, entraron en la posada con cuatro hombres de a caballo dos caballeros ancianos de venerables presencias, habiendo primero preguntado uno de dos mozos que a pie con ellos venían si era aquella la posada del Sevillano; y habiéndole respondido que sí, se entraron todos en ella.
Mientras D. José dejaba oír con tímida voz consideraciones prudentes y juiciosas sobre el suceso del día, Isidora pensaba que aquello de ser todos iguales y marcharse el Rey a su casa, indicaba un acontecimiento excepcional de esos que hacen época en la vida de los pueblos, y se alegró en lo íntimo de su alma, considerando que habría cataclismo, hundimiento de cosas venerables, terremoto social y desplome de antiguos colosos.
Tengo que confesar que abrevié la existencia oficial de más de uno de estos venerables servidores de la República. Á petición mía, se les permitió que descansaran de sus arduas labores; y poco después, como si el único objeto de su vida hubiera sido su celo por el servicio del país, pasaron á un mundo mejor.
Ya era tiempo de decir su nombre. Tenía treinta y dos años, y servía en el ejército con el grado de comandante. Su padre fué uno de los venerables legisladores de Cádiz. Hombre de talento, de notoria probidad, de elevada cuna y agradable presencia, había sido siempre muy amado de sus compatriotas. A la vuelta del Rey fué perseguido como todos, y tuvo que emigrar.
Unos blandían espadines de puños de nácar ó largas tizonas, luego de envolverse en capas de seda carmesí obscurecidas por los años. Otros se echaban en hombros colchas de brocado venerables, faldas de labradora con gruesas flores de oro, guardainfantes de rico tejido que crujían como papel.
Pero en medio de sus desaciertos y sus ilusiones fantásticas, tenía tanto de noble y grande, que la generación que le sucede le debe los más pomposos honores fúnebres. Muchos de aquellos hombres quedan aún entre nosotros, pero no ya como partido organizado; son las momias de la República Argentina, tan venerables y nobles como las del Imperio de Napoleón.
Debía andar alguien por los venerables salones de la otra parte del edificio: alguien que ella no podía saber quién fuese, pero que seguramente acababa de despertar de un sueño de siglos. Aquel palacio tenía un alma.
La humanidad era fiel a su origen. Nadie renegaba las tradiciones de estos venerables ascendientes que parecían dormidos en la inmensa catacumba del mar.
¡Hola, tropa! dijo éste, volviéndose a aquellos venerables varones. Y ellos, que hasta allí habíanse fingido los distraídos, cual si no oyesen tan interesante diálogo, se encontraron sin saber cómo en pie, cual si los hubiese movido un único y poderoso resorte. ¡Qué amabilidad!
Había pocas damas, por ser costumbre en los saraos de doña Flora que descollasen los hombres, no acompañados por lo general más que de una media docena de beldades venerables del siglo anterior, que, cual castillos gloriosos, pero ya inútiles, no pretendían ser conquistables ni conquistadas. Amaranta representaba sola la juventud unida a la hermosura.
Palabra del Dia
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