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Actualizado: 8 de junio de 2025
Y vea usted cómo he vencido a mi costa, señor cura, y cómo, por hacer un servicio, me encuentro regañada con el hombre a quien más quiero en el mundo, después que a mi padre. ¡Con tal de que Máximo no vaya a contárselo!... Si mi padre me pregunta, ¿qué le voy a responder? He prometido a Luciana un secreto inviolable...
Después le fué señalando, para que se fijase en ellos, los distintos grupos donde se bailaba: «Vea usted, señor Duque; allí se baila al son de la gaita y el tambor. Es el baile característico del país, en el campo, se entiende. Aquéllas son las giraldillas, donde bailan cantando las muchachas de la villa. Allí se bebe. Aquéllas son las mesas donde se venden confites.
No quiero que esos papeluchos carlistas digan que nos hemos ensañado con una mujer... Oiga usted, ordenanza, vea usted si anda por ahí el padre de esta joven y hágale usted entrar. A los pocos instantes entró don Mariano.
¡Cuentan las cosas con tantas palabras raras, y uno no las puede entender!: como cuando le dicen ahora a uno en la Exposición de París: «Tome una djirincka ¡djirincka! y vea en un momento todo lo de la Explanada»: ¡pero primero le tienen que decir a uno lo que es djirincka! Y por eso no entiende uno las cosas: porque no entiende uno las palabras en que se las dicen.
Digo, que me espanta el que pueda decir á vuestra majestad algo. ¡Ah! dijo el rey ¿y por qué os espanta eso? Porque á la verdad, hablo con vuestra majestad por compromiso. ¡Oh! repitió el rey. Y espántame que yo me vea comprometido á hablar con vuestra majestad... Explicáos... He estado preso en San Marcos. ¡Ah! ¿habéis estado preso? Sí, señor. ¿Qué delito cometísteis?
En la Intendencia me han rebajado el sueldo a la mitad, y como yo no vea pronto... ¡qué porvenir!... Y no lo digo por mí. Poco me importa acabar mis días en un hospital; pero estos pobres niños... estos pedazos de mi corazón...».
Le hacíamos a usted cosquillas para verla reír; su risa me parecía el encanto, la alegría de la Naturaleza. ELECTRA. Vea usted por que he salido tan loca, tan traviesa y destornillada... Y alguna vez me cogería usted en brazos. CUESTA. Muchísimas. CUESTA. A veces con tanta fuerza, que me hacía usted daño. ELECTRA. Me pegaría usted en las manos. CUESTA. ¡Vaya!
Don Juan, sepa usted, si no lo sabe, que yo tan bién tengo mi humanidad como cualquier hijo de vecino, que me intereso por el prójimo hasta que favorezco á los que me aborrecen. Usted me odia, D. Juan, usted me detesta, no me lo niegue, porque no me puede pagar: esto es claro. Pues bien: para que vea usted de lo que soy capaz, se lo doy al cinco... ¡al cinco!»
Para que vea usted a Peleches desde aquí. Volvióse Nieves como Leto quería, y exclamó al punto: ¡Ay, qué bien se ve! Pero ¡qué en alto y qué lejos está y qué iluminada la casa por el sol! Parece que nos está mirando con las ventanas... ¿Nos verá alguien desde allí, Leto?
¿No os basta que os esconda mis lágrimas dijo la condesa , sino que venís á buscarlas? Ellas me ahogan y ellas me dan vida. Llorado me vea por vos, yo, á quien no llorará nadie, y quiera Dios que por vuestro recuerdo, salgan de mi pecho las lágrimas que me hinchan. ¿Pero no volveréis? No. Pues... adiós... Adiós... La condesa se quedó llorando; Quevedo salió atusándose el bigote distraído.
Palabra del Dia
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