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Actualizado: 1 de julio de 2025


Primeramente un largo relato de los bienes que aún poseía Jaime antes de partir de Mallorca, esclavos de toda clase de gravámenes e hipotecas; luego una lista de sus acreedores, que era mayor que la de los bienes, seguida de una relación de intereses y obligaciones, enmarañada red en la que se perdía la memoria de Febrer, pero por en medio de la cual caminaba Valls rectamente, con la seguridad de los de su raza para desentrañar los más confusos negocios.

Era simpatía a su persona y respeto a su nombre. Valls no tenía más que una heredera, y además estaba enfermo: la exuberancia prolífica de su raza se había desmentido en él. Su hija Catalina había querido ser monja en la adolescencia; pero ahora, pasados los veinte años, sentía gran amor por las vanidades del mundo, y compadecía tiernamente a Febrer cuando hablaban ante ella de sus desgracias.

Miguel Valls de Campos negociante de oficio, natural de esta Ciudad residente en Ciudadela de Menorca, de edad de treinta y nueve años reconciliado y preso segunda vez, por crímen de judaismo relapso.

Francisco Valls, Soltero, hijo de Rafael Valls mayor y de Isabel Bonnin, su mujer, natural y vecino de esta ciudad, botiguero de oficio, de edad de veinte y cuatro años, preso por delito de judaismo. Salió al Auto en forma de penitente, con sambenito de dos aspas y vela verde en las manos.

Mientras iba Jaime hacia la torre, rompió el sobre y buscó la firma, casi al mismo tiempo que en su memoria se precisaba el recuerdo y surgía un nombre: ¡Pablo Valls!... El capitán Pablo le escribía luego de medio año de silencio, y su carta era larga: varias hojas de papel comercial cubiertas de apretada escritura. A las primeras líneas, el mallorquín sonrió.

Alguien volvía a hablar de la pulmonía traumática. «Estaba vencida.» Y una voz agregaba alegremente: «En hora buena. Ya tenemos hombreEl enfermo reconoció esta voz. ¡Siempre Pablo Valls resurgiendo en su pesadilla!

Ninguna tristeza, ninguna vergüenza le esperaba allá. Hasta se vería libre de don Benito Valls y de su hija, a los que había abandonado de un modo incorrecto, sin palabras de excusa. El rico chueta, según anunciaba su hermano en la carta, vivía ahora en Barcelona para cuidar mejor de su salud.

Al fin había cedido a las instancias de algunos amigos, oficiosos mediadores entre él y la familia, y aquella mañana iba a almorzar en la casa de Valldemosa, donde vivía Valls gran parte del año para alivio del asma que le ahogaba. Jaime hizo un esfuerzo de memoria queriendo recordar a Catalina. La había visto varias veces, en las calles de Palma. Buena figura, rostro agradable.

Esto era un domingo y otro domingo, y en este suplicio semanal y sin término morían los padres y se convertían en hombres los hijos, engendrando nuevos chuetas destinados al insulto público. Unas cuantas familias se concertaron para huir de esta vergonzosa esclavitud. Se reunían en un huerto inmediato a la muralla y las aconsejaba y dirigía un tal Rafael Valls, hombre animoso y de gran cultura.

En España decía gravemente no hay cristiano que pueda levantar el dedo. Todos somos nietos de judíos o de moros. Y el que no... el que no... Aquí se detenía, y tras una breve pausa afirmaba con resolución: Y el que no, es nieto de fraile. En la Península no se conoce el odio tradicional al judío que aún separa la población de Mallorca en dos castas. Pablo Valls se enfurecía hablando de su patria.

Palabra del Dia

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