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Actualizado: 1 de julio de 2025


Valls, en sus tiempos juveniles, cuando mandaba buques de su padre, había conocido mujeres de todas clases y colores, viéndose mezclado en orgías marinerescas que acababan entre olas de whisky y golpes de cuchillo. Pablo, cuéntanos aquellos amoríos en Jaffa, cuando los moros te querían matar.

Lo demás lo regalaba a Pep y la escopeta a su hijo, riendo del gesto del pequeño seminarista ante este presente, que llegaba algo tarde... Ya cazaría, con ella cuando fuese cura de uno de los cuartones de la isla. Volvió a sacar del bolsillo la carta de Valls, complaciéndose en leerla lentamente, como si cada vez encontrase en su texto nuevas noticias.

No se equivocaba el capitán. ¿Qué hacía allí, como un Robinsón, que ni siquiera podía disfrutar la placidez de la soledad?... Valls, oportuno como siempre, le libraba del peligro.

Siempre enfadado con Febrer, pero moviéndose hábilmente para desenmarañar sus asuntos. El contrabandista tenía fe en Valls. Era el más listo de los chuetas y generoso como ninguno de ellos. Indudablemente sacaría a flote los restos de la fortuna de Jaime, y éste podría pasar su existencia en Mallorca tranquilo y feliz. Más adelante recibiría noticias del capitán.

Cesaban las risas, se entenebrecían los rostros, y el capitán Valls paseaba en torno sus ojos de ámbar, respirando satisfecho, como si acabase de alcanzar un triunfo, mientras el pequeño volumen volvía a ocultarse en su bolsillo. Una vez que Febrer figuraba entre los oyentes, el marino le dijo con voz rencorosa: también estabas allí. Es decir, no.

Otras veces, sus ojos se encontraron con los del médico, y en una ocasión hasta creyó ver las patillas canosas y los ojos color de aceite de su amigo Pablo Valls. «¡Ilusión! ¡Locura!», pensaba al sumirse de nuevo en su inconsciencia.

Pero los Febrer eran los suyos; el nombre y los bienes ya perdidos a ellos los debía. ¡Y él, último vástago de una familia orgullosa de su historia, iba a casarse con Catalina Valls, descendiente del ajusticiado!... Las consejas oídas en la niñez, los simples relatos con que le entretenía madó Antonia, surgían ahora en su recuerdo como ideas olvidadas, pero que habían abierto hondo surco.

Bien que se puede creer, no dejaría de ayudar a ello el buen ejemplo de su compañero en la pertinacia Miguel Valls, quien con la asistencia del espiritualísimo Padre Presentado Fray Vicente Pellicer de Santo Domingo, tuvo la dicha de ser el primero, que logró en su casa la intercesión del Santo Patriarca, a ruegos de tan buen hijo, a que ayudaron no poco los demás nombrados asistentes y la actividad del Padre Jaime Custurer de la Compañía de JESUS. Fué de inexplicable consuelo para todos la conversión de este hombre, por lo que podía conducir a confirmar en la Santa Fe a sus compañeros y por el gran concepto, que de él tenían: ya que porque siendo naturalmente elocuente, sabía exprimir mejor la fineza de su conversión, el dolor de sus errores y la viveza de su Fe verdadera.

Era este mozo, gran discípulo y jurado secuaz de Rafael Valls, a cuya autoridad apelaba en cuanto decía, defiriendo tanto a sus dichos, como pudiera a Moisés o a Jeremías y en hallándose atacado sin salida, que era bien de ordinario, respondía, que no había estudiado; pero que Valls satisfaría por él.

Con la confianza amistosa que le inspiraba el contrabandista, le pidió dinero. No cuándo podré devolvértelo. Me voy de Mallorca. Que se hunda todo, pero que yo no lo vea. Clapés dio a Jaime más dinero que el que éste le pedía. Toni quedaba en la isla, y con ayuda del capitán Valls intentaría arreglar sus asuntos, si aún era posible.

Palabra del Dia

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