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Actualizado: 1 de julio de 2025
La única diferencia estribaba en que Valls había sabido ganarlo igualmente con el genio activo de su raza, y ahora, diez años mayor que Jaime, tenía con qué atender desahogadamente a sus modestas necesidades de solterón. Todavía comerciaba de vez en cuando y hacía comisiones para amigos que le escribían desde puertos lejanos.
Febrer miró a su amigo con ojos hostiles. Lo mejor que podían hacer era no hablar más del asunto. Pablo era un loco, acostumbrado a decir cuanto pensaba, y él no iba a sufrirle siempre. Para continuar siendo amigos, lo mejor era callarse. Bueno, callemos dijo Valls . Pero conste una vez más que el tío se opone y que lo hago por ti y por ella. Pasaron silenciosos el resto del camino.
Al escuchar las explicaciones que le dio Jaime, al enterarse de su antiguo respeto al pasado y de aquella sumisión a la influencia de los muertos que había entorpecido su vida, confinándolo en una isla apartada, Valls quedó silencioso y abstraído. ¿Tú crees que los muertos mandan, Pablo?... El capitán se encogió de hombros. Para él no había en el mundo nada absoluto.
Los que habían de acabar con esta situación eran la cultura de la gente, las costumbres nuevas, y esto resultaba obra de años y no se conseguía con un matrimonio. Además, los ensayos eran peligrosos y causaban víctimas. Si él tenía empeño en hacer la experiencia, podía escoger a otra que no fuese su sobrina. Y Valls sonrió irónicamente al ver los gestos negativos de Febrer.
Luego abrió la portezuela y subió riendo, para sentarse al lado de Febrer. ¡Hola, capitán! dijo éste con extrañeza. No me esperabas, ¿eh?... También soy del almuerzo; me convido yo mismo. ¡Qué sorpresa va a tener mi hermano!... Jaime estrechó su diestra. Era uno de sus más leales amigos: el capitán Pablo Valls. Pablo Valls era conocido en toda Palma.
Ni faltó entre ellos quien reconoció esta verdad, improperando al vano profeta Valls, la estólida vanidad de su esperanza, infiriendo de ahí la locura de su error en pensar que era del gusto de Dios su falsa creencia, pues en vez de un Angel que los librara les había enviado un Alguacil que los prendiera.
Los oyentes reían, y el capitán Valls, declarando a gritos su calidad de chueta, miraba a todas partes como si desafíase a las casas, a las personas, al alma de la isla, hostil a su raza por un odio absurdo de siglos. Su rostro delataba su origen.
Bastante tenía para vivir. Y a la muerte del padre, su hermano se había quedado con los negocios de la casa, quitándole muchos miles de duros. ¡Lo mismo que entre cristianos viejos! se apresuraba a añadir Pablo . En esto de las herencias no hay razas ni credos. El dinero no conoce religión. Las interminables persecuciones sufridas por sus ascendientes irritaban a Valls.
No; con el matrimonio pocos juegos. En España es indisoluble, no hay divorcio, y el hacer experiencias con él resulta caro. Por eso Valls se había mantenido célibe. Febrer, irritado por estas palabras, apeló al recuerdo de las ruidosas propagandas que hacía Pablo contra los enemigos de los chuetas.
La vida en Mallorca es barata. Además, podía solicitar un empleo del Estado. Con su nombre y sus relaciones no era difícil conseguirlo. También podía dedicarse al comercio, bajo la dirección y consejo de un hombre como él. Si deseaba viajar, no le sería difícil a Valls buscarle una colocación en Argelia, en Inglaterra o en América.
Palabra del Dia
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