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Actualizado: 19 de julio de 2025


Y como hablaba con un amigo del amo, no quiso ocultarle las astucias de que se valían en las viñas para acelerar el trabajo y sacarle al jornal todo su jugo. Se buscaba a los braceros más fuertes y rápidos en la faena y se les prometía un real de aumento poniéndolos a la cabeza de la fila. Este era el que se llamaba hombre de mano.

Se valían para sus porfías lo mismo de la voracidad de los perros de caza, que del vigor de los hombres. Algunas semanas antes habíanse cruzado muchos miles de duros en una apuesta que aún hacía reír al doctor.

»Muy en breve el maestro no tuvo nada que enseñar a su discípulo, que era ya su compañero de estudio. Por mi parte, no podía seguirlos ni llegar a su altura; pero sentíame orgullosa de saber apreciar lo que valían. »Sus conversaciones eran dulces y amenas: en ellas dejaban ver sus nobles y puros sentimientos; tenían elocuencia fácil, sencilla y persuasiva.

Tiene allá a su doncella, la Filomena. Sabel también ayuda para cuanto se precise. Julián no contestó. Sus reflexiones valían más para calladas que para dichas. Era una monstruosidad que Sabel asistiese a la legítima esposa; pero si no se le ocurría al marido, ¿quién tenía valor para insinuárselo? Por otra parte, Sabel, en realidad, no carecía de experiencia doméstica, ni dejaría de ser útil.

Con la Teodora no valían engaños: la gitanería tenía fe ciega en sus manipulaciones; por eso no llevaba menos de ocho duros por el catañeo, y el que no los tuviera que no se casase. La llamaban los gitanos de toda España para sus bodas, gente rica que, además de pagarle bien, cargaba con todos los gastos del viaje.

Lo mejor que pensaba de los Príncipes era que no valían para nada. Apenas vino el día, se alzó del lecho, y en ligeras ropas de levantar, sin corsé ni miriñaque, más hermosa e interesante en aquel deshabillé, pálida y ojerosa, se dirigió con su doncella, favorita a lo más frondoso del bosque que estaba a la espalda de palacio, y donde se alzaba el sepulcro de su madre.

Cierto que Homero, Herodoto e Hipócrates eran menos instruidos que Víctor Hugo, Taine, Renán y Claudio Bernard, pero, a mi ver, valían muchísimo más que ellos.

Llegado que fue Roque, preguntó a Sancho Panza si le habían vuelto y restituido las alhajas y preseas que los suyos del rucio le habían quitado. Sancho respondió que , sino que le faltaban tres tocadores, que valían tres ciudades. ¿Qué es lo que dices, hombre? -dijo uno de los presentes-, que yo los tengo, y no valen tres reales.

Me informé entonces cortésmente de sus propiedades, y lo dejé entregarse a desatinadas jactancias a propósito de sus innovaciones, que no valían un clavo, según lo sabía yo de mucho tiempo atrás. La baronesa hizo su entrada. Un viejo objeto de arte... fino, distinguido.

Viendo, pues, Sancho la última resolución de su amo y cuán poco valían con él sus lágrimas, consejos y ruegos, determinó de aprovecharse de su industria y hacerle esperar hasta el día, si pudiese; y así, cuando apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido, ató con el cabestro de su asno ambos pies a Rocinante, de manera que cuando don Quijote se quiso partir, no pudo, porque el caballo no se podía mover sino a saltos.

Palabra del Dia

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