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Actualizado: 19 de julio de 2025


Los crueles expedientes de que se valían los traficantes en carne humana para completar en las costas de África el cargamento de sus buques, y la manera bárbara como después eran tratados los infelices negros, no son asuntos para artículos del carácter ligero de mis TRADICIONES.

Pero ¿qué valían éstos para Madariaga, comparados con el nieto que iba á llegar? «Será varón dijo con firmeza , porque yo lo necesito así.

Gabriel hablaba del pasado, para convencer a la joven de que nada valían sus trabajos en la catedral.

Allí, desde tiempo inmemorial, afluían los raqueriles productos de todo el pueblo, que, aunque singularmente valían cortísimas cantidades, llegaron, según es fama, á formar, en cuerpo colectivo, un decente capital al humilde mercader que, ocultando su mustia fisonomía bajo una gorra de pieles, y detrás de unas gafas como dos ruedas de polea, tenía fuerza de voluntad ó codicia bastante para luchar de sol á sol con tan notabilísima parroquia.

Solamente cuando falleció se estimaron sus servicios en lo que valían.

No valían nada, pero el humo bailaba tan alegremente a los rayos del sol que me olvidé de tirarlo cuando la punta empezó a quemar. Quiero empezar a hablar de intereses, pero él me pone la mano en el hombro y dice: Amigo, generoso amigo, después del café... Permítame, Krakow... Amigo, generoso amigo, después del café.

Debo observar que yo no cito aquí á Oliveira Martins como quien cita á un padre de la Iglesia; que en asunto tan difícil como la conciliación de la gracia y del libre albedrío, no le doy autoridad alguna; y que no hago á los jesuítas pelagianos, ó semi-pelagianos, para ponderar lo que valían.

El cual, todo turbado, respondió: -Señores, yo soy un pobre ganadero de ganado de cerda, y esta mañana salía deste lugar de vender, con perdón sea dicho, cuatro puercos, que me llevaron de alcabalas y socaliñas poco menos de lo que ellos valían; volvíame a mi aldea, topé en el camino a esta buena dueña, y el diablo, que todo lo añasca y todo lo cuece, hizo que yogásemos juntos; paguéle lo soficiente, y ella, mal contenta, asió de , y no me ha dejado hasta traerme a este puesto.

Spadoni, como si fuese el dueño de tales riquezas, las fué metiendo en un cestillo de mimbre. Temblaba de emoción. Iba á pasar entre los curiosos sosteniendo contra su pecho el tesoro, lo mismo que otras noches había visto pasar á su grande hombre con aire de vencedor. ¡Qué valían al lado de esto los aplausos que llevaba recibidos como pianista!... Unos manos ávidas le arrebataron el cestillo.

Entonces comprendí lo que valían los libros y las investigaciones arqueológicas de aquel hombre, destinados a reivindicar para su «patria chica» las glorias que se le negaban en la grande, sacándolas del polvo de los archivos y debajo de las costras de la tierra.

Palabra del Dia

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