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Actualizado: 29 de octubre de 2025


Susana, por demasiado convencida de su hermosura, era de condición tan altiva, que se había hecho antipática a todas sus compañeras: Valeria, amargada del abandono y olvido en que vivía, y sin que aquel amargor se convirtiera en envidia, consideraba como un peligro su belleza, no alardeaba de bonita, sentía la incertidumbre de lo por venir, y privada de esperanzas, era humilde.

Me atormenta la idea de que él sería feliz con los sobras de mi mesa, con lo que comen los domésticos, ¡quién sabe si con lo que le dan al perro! Y Valeria y Clorinda, al ver mis lágrimas, no pueden explicarse un dolor tan insistente.

Lo principal para él era que, con caer las criaturitas en sus manos, se habría casi seguramente evitado un crimen. Resta sólo decir que inducido a error llamó Juan al mayorcito de los niños y Pedro al menor. De esta suerte comenzaba a lograrse la confusión que Valeria deseaba.

Le he enviado dos entradas para el concierto de esta tarde: una para él y otra para esa señorita Valeria, acompañante de la duquesa. ¡El pobre! ¡siempre haciendo tonterías como un enamorado!... Pero su sonrisa de hombre superior, exento de tales humillaciones, se cortó al darse cuenta de que otra vez estaba diciendo algo molesto para el príncipe.

Luego de enterrada su amiga, Valeria se marchó a Galicia con los niños, aposentándose en la casa de Rivaria. Su primer cuidado, después de arregladas las cosas necesarias a la vida, fue observar la índole y carácter de los colonos, marido y mujer, de quienes Susana había dicho que nunca pagaban el arrendamiento. Afortunadamente, él, como buen gallego, era muy listo, y ella se pasaba de buena.

Valeria les contemplaba con miradas de ternura, iguales para ambos, cual si se le hubiese duplicado el cariño de madre, y a pesar de la tristeza que sentía, no le era posible sustraerse al influjo de una observación que ya había hecho y que en aquel momento, hasta contra su voluntad, se le iba entrando al pensamiento, agitándoselo con desvaríos de la imaginación.

A pesar de su hermosura le pareció estar hablando con un hombre. Con ambas señoras había venido también Valeria, la joven francesa protegida por Alicia, señorita de compañía en los tiempos de esplendor y que ahora sólo acompañaba su pobreza por gratitud y fidelidad.

Los curiosos habían disminuído en torno de la mesa. Vió á Alicia en el mismo lugar. Detrás de su asiento se erguía Valeria, con el rostro triste, mientras doña Clorinda se inclinaba sobre su amiga, hablándola al oído. Adivinó sus palabras. La incitaba á levantarse: mañana tendría más suerte.

Valeria, que hubiera procurado luego de casada sustraerse a la protección de Susana siendo rica, consintió en vivir con ella viéndola casi arruinada, y ambas bodas se verificaron la misma mañana, a mediados de 1873, cuando España estaba en plena guerra civil. La doble luna de miel fue cortísima.

Al conocer la cifra hizo un gesto plañidero; pero sonrió á continuación, como si este compañerismo en la desgracia le hiciese más llevaderas sus propias pérdidas. Quedaron un rato en silencio. Luego explicó ella su presencia en la plaza. Había jurado la noche antes no acercarse más al Casino; ¡pero la costumbre!... Estoy sola. Valeria se ha ido apenas terminó el almuerzo.

Palabra del Dia

mármor

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