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Actualizado: 25 de mayo de 2025
En aquella misma noche, sin demora ni reposo, a fin de sustraerse a la celosa furia, a la venganza y al poder de Balarán, Morsamor y Urbási, depuestas las galas y en traje de camino emprendieron un largo viaje. Muchos días, fugitivo de Balarán, caminó Morsamor con su dulce compañera.
En aquel punto apareció Morsamor donde Urbási pugnaba por que Balarán no se la llevase consigo. ¡Sálvame, Morsamor! dijo al verle . ¡Amor mío, libértame de este aborrecido tirano! El corazón del Brahmatma ardió en celosa ira, al ver a su rival y al oír las amorosas palabras con que Urbási le llamaba.
Con certero instinto y con tan ligeros y sordos pasos, que no levantaban rumor, como si los que marchaban fuesen sombras, llegaron al extremo del palacio, donde estaba la estancia en que Urbási se guarecía. Cerrada la firme puerta, resistía aún a los reiterados y furibundos golpes que sacudían en ella los cuatro eunucos, ansiosos de derribarla.
La naturaleza, pródiga con Urbási, la adornó de todos sus primores y prestó a su alma y a su cuerpo gentileza tal que bien pudiera creerse que cuantos son los númenes que pueblan y dirigen los tres mundos, acudieron en la hora del nacimiento de ella otorgándole cada uno el don más precioso y la más alta virtud de que dispone.
Transida el alma de dolor por el trágico fin de Urbási y por la mortífera lucha que había sostenido, Morsamor huyó de la India, como para librarse de los malos espíritus que le acosaban y le atormentaban. Como Orestes, perseguido por las Furias, caminaba Morsamor sin saber casi hacia dónde caminaba. Confiado en él y en su ventura, le seguía su valiente tropa.
Morsamor se echó a los pies de Narada para mostrar su gratitud besándolos. Narada le alzó, le abrazó y se despidió de él, designando el momento en que volvería para llevarle donde Urbási estaba. En una quinta, a corta distancia de la ciudad, secretamente estaba todo dispuesto para la boda que había de ser clandestina, sin festín para los convidados, sin baile y sin música.
Morsamor reposaba al lado de Urbási en la repuesta alcoba. La tenue luz de una lámpara, que ardía en vaso de diáfana porcelana, iluminaba suavemente el hermoso rostro y las gallardas y juveniles formas de la mujer dormida. Morsamor se despertó y se puso a contemplarla extasiado.
Oye también y sé testigo, ¡oh Agni, del solemne juramento de amor y de fidelidad, que van a pronunciar ambos esposos! Morsamor y Urbási, en efecto, extendidas las manos sobre el ara y cerca del fuego prestaron el juramento debido. Así terminó el acto religioso.
Urbási, la bella Urbási, se me aparecía, como recuerdo vivo le algo real, no como sombra fantástica, y me mostraba su admirable y hermosa figura y el blanco pecho desnudo, donde yo veía, en el lado del corazón, profunda herida brotando hirviente y roja sangre que ansiaba yo restañar y represar con mis labios.
La gente de Morsamor estaba cansadísima. Y Urbási, rendida por la fatiga y emociones violentas, necesitaba para reponerse tranquilidad y reposo. En el desierto edificio había muchas estancias separadas y capaces, pero muy pocos y antiguos muebles, rotos o desvencijados. Por dicha, las mulas traían de repuesto cuanto era conveniente para hacer agradable aquella vivienda.
Palabra del Dia
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