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Actualizado: 25 de junio de 2025
En grandes barcas que de antemano contrató Narada, Morsamor había pasado el Ganges, y había ido hacia el nordeste, esquivando los sitios poblados. Con él iban, todos a caballo, Tiburcio y los sesenta valientes devotos a su persona. En ligero palanquín que veinte robustos negros sostenían y llevaban turnando, iba la bella Urbási, asistida sólo por su sierva favorita Rohini.
Aunque el toque de los labios de Morsamor fue delicadísimo, sacudida Urbási como por una conmoción eléctrica, volvió en su acuerdo, abrió los ojos, llenos de dulzura, miró a su amante esposo y le estrechó afectuosamente en sus desnudos y blancos brazos. La felicidad y la vehemencia del amor de ambos, no hubo palabra articulada con que pudiera expresarse en aquel punto.
Lo razonable, pues, era retirarse con sus aventureros, volviendo todos a Goa victoriosos y opulentos como nababos. Sólo un interés personalísimo retenía a Morsamor en Benarés. La bella Urbási había cautivado su alma.
Sin un leve instante de reposo, Tiburcio tocó en la puerta con el pomo de su espada y gritó alto para que le oyese quien estaba dentro: ¡Urbási! ¡Urbási! Abre. Ten confianza en nosotros. Venimos a salvarte. La puerta se abrió enseguida y Urbási se mostró bajo el dintel, serenamente hermosa, como una aparición del cielo. Desalumbrado, extático quedó Morsamor al contemplar de cerca tanta hermosura.
El mismo Balarán, rodeado de sus más audaces satélites, había llegado donde ella estaba, la había asido de un brazo e intentaba apartarla de aquel sitio para acabar luego con Morsamor y los suyos sin que ella padeciese ni peligrase. No como débil mujer, sino como fiera leona, se resistió Urbási al propósito de Balarán, lanzando contra él enérgicas palabras de odio y desprecio.
Alrededor suyo, entretanto, se alzaban centenares de voces diciendo: ¡Urbási! ¡Urbási! ¡Es ella! ¡Es ella! la que el tirano había robado.
Narada, al contemplar a Morsamor a la luz de las muchas lámparas que en el estrado había, no pudo menos de decirle que competía con el divino Hari, cuando se casó Rukmini en el magnífico palacio de Duarika. No tardó la bella Urbási en aparecer sobre el estrado. La acompañaban cuatro matronas casadas y la seguían sus siervas, y los pocos convidados, amigos íntimos o parientes de su familia.
No bastó la habilidad de los raptores y no bastó el secreto con que la ejercieron, para que Balarán dejase de presumir y aun de tener por seguro que el tirano Abdul ben Hixen, ardiendo por Urbási en lascivos amores, era quien la había robado y quien en su harén la guardaba cautiva. Entonces Balarán no vaciló un instante. Forjó su plan y lo realizó con presteza de acuerdo conmigo.
Urbási, nobilísima doncella, huérfana de padre y madre, es venerada por mí como una deidad y amada como el más tierno de los padres puede amar a la mejor de sus hijas en quien se mira como en un espejo y en quien contempla el limpio dechado de todas las excelencias y perfecciones.
Al oír Morsamor las palabras de Urbási, retrajo a su memoria la imagen de Beatricica y pensó tenerla allí presente y que ella le encadenaba entre sus brazos y le besaba y le acariciaba. Como si hiriesen otra vez sus oídos, percibió las palabras de la vieja gitana que le dijo en Sevilla la buenaventura. Los cabellos de Morsamor se erizaron de espanto.
Palabra del Dia
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