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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Hablaban de hijos y de las madres que deseaban tenerlos, así como de las que los tenían en excesivo número. «¡Ah, los hijos! dijo doña Tula con tristísimo acento . Son una enfermedad de nueve meses y una convalecencia de toda la vida».
Aquel desagradable suceso tomaba aspecto tan propicio, que me sentí enternecido y con ganas de besar la orla del vestido de doña Tula, como don Oscar había previsto cuando me habló de ella. Sin embargo, noté que Gloria continuaba grave y sombría, como había quedado así que se le pasó el susto.
Manifesté temores de que enterase a D.ª Tula de nuestra conversación, pero Gloria me tranquilizó afirmando que en Sevilla nadie hacía traición a dos enamorados. Los serenos menos que ningún otro se fijaban en estos coloquios a la reja, que estaban viendo todas las noches. En las criadas también tenía confianza.
Su madre había sido nodriza de ésta, y ella niñera, por más que no llevaba a la señorita más de doce años. Doña Tula la protegía y la llamaba para recados cuando hacía falta. Tenía una prima, criada de unas niñas que asistían al colegio del Corazón de María, y por su mediación se comunicaba con la señorita Gloria, a la cual también iba a ver de vez en cuando.
Rosalía pasaba a la vivienda de Doña Tula, y rara vez faltaba Pez al chocolate de las seis y media.. Allí se encontraban otras personas muy calificadas de la ciudad, como la hermana del intendente, un señor capellán a veces, el oficial segundo de la mayordomía, el inspector general, el médico y otros.
Don Oscar, figurándose que tal calor dependía del mal estado en que me hallaba, dirigiome una mirada de compasión, que me avergonzó. Nos despedimos cordialmente. Al trasponer la puerta volvió a llamar con recia voz a D.ª Tula, que se presentó con la misma sonrisa dulzona, y me extendió la mano, dejándola suelta para que yo la estrechase.
No se disguste usted demasiado, que todo se ha de arreglar con la ayuda de Dios Nuestro Señor. Doña Tula, aquí no hay severidad replicó el enano . Lo que he dicho del señor es lo que, dado su proceder, me parece justo. Bien, don Oscar, bien...; pero hágase cargo de que es muy joven y no es bueno aturdirle. La juventud no reflexiona. Lo dicho, dicho, doña Tula.
En fin: que comprendí que debía tomar yo mismo la iniciativa y buscar aparejo para salir de aquella situación molesta. Decidime a dirigir una carta a doña Tula, sin advertírselo a Gloria. Temía que su orgullo me obligara a desistir. Como que, más que a doña Tula, iba dirigida al enano sinóptico, que era seguramente quien habría de contestarla.
Sí, señora, mucha... Pero aquello también es bonito. ¿Lo encuentra usted así? ¡Ay, pobrecito, cómo quiere a su patria! Y volvió los ojos hacia D. Oscar, para hacerle participe de la compasión que sentía, no sé si por mí o por Galicia, o por ambos a la vez. Doña Tula, en su acento, era una andaluza más cerrada, si cabe, que Gloria.
Esto se agravaba cuando por exceso en las comidas o por malas condiciones de esta, el trabajo digestivo del estómago de la pobre niña era superior a sus escasas fuerzas. Aquel jueves doña Tula dio de comer espléndidamente a sus amiguitas.
Palabra del Dia
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