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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Sobre la consola ardían dos quinqués con sendas pantallas, que no les permitían alumbrar más que el suelo, dejando envuelto en media luz y muy tenue el resto de la habitación. Al poco rato de estar allí sentí el taconeo de unos pasos, y doña Tula y don Oscar llegaron al mismo tiempo a la puerta.
Doña Tula me miraba fijamente, con ojos compasivos, mientras el enano y yo arreglábamos el asunto. Confieso que aquella extemporánea compasión me desconcertaba más que lo habían hecho las expresiones de su amigo. Se convino en que el casamiento se realizaría con el permiso escrito de doña Tula, pero fuera de la casa y sin que Gloria se presentase en ella ni antes ni después de casada.
Se encogió de hombros, sonrió con malicia, y al cabo dijo: ...¡Un señor! ¡Un bendito señor, como dice la tía Tula! ¿Cómo se llama? Don Oscar. Nombre romántico. Pues ¿sabe usted? él no tiene nada de romántico ni de poético repuso, cambiando una mirada y una sonrisa significativas con su padre.
Milagros no ponía nunca los pies en la casa de su hermana, pues hacía algún tiempo que no se trataban. Hablando de la marquesa, solía doña Tula designarla con alguna reticencia; pero sin pasar de aquí. María estaba casi siempre, y todos se encantaban con ella, mimándola.
Aquella serie de rizos tan iguales, tan primorosos, pegados a la frente con esmero, no tenían más ojos que los viesen, salvo los de las cuatro viejas que se reunían a oír misa en San Alberto, que los de su hija, D. Oscar y las criadas. D.ª Tula conservaba vivo el sentimiento de la belleza, que reside sin excepción apenas en todas las andaluzas.
Iba la hermosa niña los domingos y jueves a pasar con doña Tula todo el día; también solía ir los martes y los viernes, y a veces los lunes y sábados. Los días de fiesta reuníanse allí varias amiguitas de la generala, entre ellas las niñas de D. Buenaventura de Lantigua, y una prima de estas, hija del célebre jurisconsulto D. Juan de Lantigua, la cual, si no estoy equivocado, se llamaba Gloria.
El primer día que la vi le pregunté a D. Oscar, que iba conmigo: ¿Quién es esta joven? Tardó en contestar, y dijo al cabo con acento donde se traslucía sorda hostilidad: La hija de doña Tula. ¿Tiene más que ésta? No... Y es bastante. Me abstuve de insistir, porque el tono del enano era concluyente y revelaba mal humor.
El francés Charnay acaba de desenterrar en Tula una casa de veinticuatro cuartos, con quince escaleras tan bellas y caprichosas, que dice que son «obra de arrebatador interés». En la Quemada cubren el Cerro de los Edificios las ruinas de los bastimentos y cortinas de la fortaleza, los pedazos de las colosales columnas de pórfido.
La intención del malagueño no podía ocultárseme. Lo que seguiría después de doña Tula y el bendito señor se enterasen de mi intriga podía sospecharlo. Maldije la hora en que había conocido a aquel antipático sujeto, y le deseé de todas veras la muerte.
¿Y su hermana de usted, Tula...? Más absurdo aún... Rosalía alzó los hombros. No veía salvación.
Palabra del Dia
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