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Rápidamente, se apoderó del látigo de Catalina, y de pie, pálida como una muerta, descargó varios latigazos sobre los lomos del caballo, que partió a escape. El trineo volaba entre la maleza, inclinándose ya a la derecha, ya a la izquierda. De repente se sintió un choque, y Catalina, Luisa, la paja, todo rodó por la nieve en el declive del barranco.

Fuera, espesos copos de nieve continuaban cayendo del cielo, depositándose en el borde de las ventanas, y a cada instante se veía partir un trineo silenciosamente con un enfermo sumergido en un lecho de paja; unas veces era una mujer y otras un hombre los que conducían al caballo de la brida. Catalina, sentada cerca de la mesa, doblaba los vendajes con aire preocupado.

Frantz y sus compañeros se arrojaron sobre el muro para cubrir el trineo.

Cinco minutos después la casa estaba entregada al saqueo; el trineo se cargó de jamones, de carnes saladas y de pan; fue sacado el ganado de los establos y los caballos se engancharon al coche grande. El convoy no tardó en ponerse en marcha, con Robin a la cabeza, tocando la trompa, y detrás los guerrilleros, que empujaban las ruedas.

¡Oh, miserables! gritó al caer, mientras que, con ambas manos, se sostenía de las riendas. También el doctor Lorquin acababa de ser derribado contra el trineo. Frantz y sus compañeros, acosados por veinte cosacos, no podían acudir a su socorro. Luisa sintió una mano posarse sobre su hombro; era la mano del loco, que trataba de asir a la joven desde lo alto de su gigantesco caballo.

¡Papá Juan Claudio! gritó Luisa, tendiéndole los brazos. Pero el guerrillero doblaba ya la esquina; el doctor arreó el caballo, y el trineo se deslizó por la nieve. Detrás de él, Frantz Materne y sus hombres, con las carabinas al hombro, apresuraban el paso, mientras que el ruido de las descargas continuaba alrededor de la casa.

Y los valles se sucedían unos a otros; el trineo subía, bajaba, volvía a la derecha, después a la izquierda, y los guerrilleros, con la bayoneta calada, seguían la marcha sin detenerse. De este modo caminaron todos hasta las tres de la madrugada, en que llegaron a la pradera de Brimbelles, sitio en el cual se ve hoy todavía una hermosa encina que avanza sobre el camino, al dar la vuelta al valle.

Se adelantaba al paso; y ya Frantz había apuntado, cuando detrás de él apareció otra lanza y otro cosaco, y después otro... En toda la extensión del monte, sobre el fondo pálido del cielo, no se veían mas que banderolas en forma de cola de golondrina y el brillo de las lanzas de los cosacos, que avanzaban en fila, directamente hacia el trineo, pero sin apresurarse, como gentes que iban en busca de algo, unos alzando la vista y otros inclinándose en la silla para mirar entre la maleza.

Además, cuando el trineo entró en el desfiladero, desapareció en absoluto la claridad, y sólo quedaron iluminadas las cimas de las altas montañas de alrededor.

dijo Frantz ; hemos pasado lo peor y podemos dar descanso al caballo. La escolta se reunió alrededor del trineo; el doctor echó pie a tierra. Algunos hicieron lumbre con los eslabones para encender sus pipas; pero nadie decía una palabra; todo el mundo pensaba en el Donon. ¿Qué estaría pasando allí? ¿Lograría Juan Claudio sostenerse en la meseta hasta la llegada de Piorette?