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Actualizado: 27 de junio de 2025
También afuera las mulas habían sido enganchadas a los largos trenes de vagonetes. Veíaselas pasar arrastrando tierra inútil para verterla en los taludes, o mineral para conducirlo al lavadero. Cruzábanse unos con otros aquellos largos reptiles, sin chocar nunca.
También era la primera vez que Juan, en el polígono de Souvigny, veía otra cosa que cañones y trenes, tiros y conductores. En las oleadas de polvo levantadas por las ruedas y las patas de los caballos, Juan veía, no la segunda batería montada del 9.º de artillería, sino la imagen distinta de las dos americanas de ojos negros y cabellos de oro.
En Inglaterra hay una absoluta libertad industrial que permite el establecimiento de trenes, ferrocarriles y telégrafos sin sujecion casi á reglamentos de la autoridad, y por eso cada compañía se esfuerza por rivalizar á las demás. De aquí proviene la rapidez muy notable de las locomotivas inglesas, que hacen 35 á 40 millas por hora, miéntras que en Francia no vencen sino unas 30.
Distaba la quinta mucho más de Nueva York que de Albany, capital del Estado de Nueva York, pero, como los trenes del ferrocarril van con extraordinaria rapidez en aquella tierra, y es deliciosa la navegación en los magníficos vapores que suben y bajan por el río, poco molestaba a Isidoro para ir y venir que fuese algo mayor la distancia.
Llevan tres años y pico de lucha en su propio suelo. Son silenciosos y sombríos, como el deber monótono é interminable. Los italianos que vienen al frente francés cantan y adornan sus trenes con ramajes y flores. Los ingleses gritan como un colegio en libertad, y silban, silban para expresar su entusiasmo. Son los muchachos de esta guerra; van á la muerte con un entusiasmo pueril.
Poco después de mediodía, guardé mis cosas dentro de mi valija, e impelido por un poderoso deseo de regresar para poder defender los intereses de Mabel Blair, abandoné Lucca, partiendo para Londres. Babbo me acompañó hasta Pisa, donde cambiamos de trenes; él para retornar a Florencia y yo para tomar el coche-dormitorio del expreso que corre de Roma a Calais.
Los toros debieron de adivinar semejante desafío, y noticiosos, sin duda, del trágico fin de aquellos héroes y mártires de su misma especie que embistieron arrogantemente en las orillas del Jarama á los primeros trenes de Madrid á Aranjuez y de Aranjuez á Madrid, nos volvieron la espalda con suma dignidad, como diciendo: ¡Nuestra raza cumplió ya ese deber! ¡Su protesta quedó escrita con sangre! ¡Paso á la majestad caída!
Eran los refugiados de los departamentos del Norte, que huían ante el avance del enemigo, buscando amparo en la capital. Llegaban los trenes desbordándose en racimos de personas. La gente se sostenía fuera de los vagones, se instalaba en las techumbres, escalaba la locomotora, Días enteros invertían estos trenes en salvar un espacio recorrido ordinariamente en pocas horas.
Durante las largas esperas del tren, sólo se veían militares en los andenes: soldados que corrían al escuchar la llamada de la trompeta para volver á ocupar su sitio en los rosarios de vagones que subían y subían hacia París. En los apartaderos, largos trenes de guerra esperaban que la vía quedase libre para continuar su viaje.
No sonaba como los otros vehículos de Villaverde, como carro viejo o diligencia desvencijada. Resonaba con ese ruido uniforme, compacto, de los trenes suntuosos, que nos hacen presentir mujeres hermosas y en privanza. Volví la vista y me encontré con un carruaje abierto, nuevo, flamante, de ruedas altas y ligeras en las cuales centelleaba el sol.
Palabra del Dia
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