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Actualizado: 27 de junio de 2025
Partía de una ciudad para trabajar en el otro extremo de España, y cuatro días después retrocedía, toreando en una población inmediata a aquélla. Los meses del verano, que eran los más abundantes en corridas, casi los pasaba en el tren, en un continuo zigzag por todas las vías férreas de la Península, matando toros en las plazas y durmiendo en los trenes.
Estamos en presencia de un libro de viajes escrito por una persona que, a pesar de haber viajado mucho, no es verdaderamente un viajero. El autor no siente la pasión de los viajes: soporta a su pesar las incomodidades materiales, se traslada de un punto a otro, pero maldice los fastidios del viaje de mar, el cambio de trenes, los pésimos hoteles, etc., etc.
Y es tal el entusiasmo que despierta, que no sólo se juega en los salones, clubs y casinos, sino también en los trenes, los tranvías, los antepalcos de los teatros durante las representaciones, las antesalas de los dentistas... ¿Y en los despachos de los ministros? ¿Y en las sacristías de las catedrales?... pregunté, por preguntar cualquier cosa.
De repente pasaba rozándose casi un tren en sentido contrario que, como un dragon enfurecido, lanzaba su aliento de fuego y de vapor para desaparecer al mismo instante. Nada mas fantástico que uno de esos cruzamientos de trenes, sobre todo bajo la bóveda sombría de un túnel, donde el silbido de la locomotiva parece un grito de muerte ó de agonía suprema.
Eso demuestra, que siendo exorbitantes las rentas reales, siendo parca nuestra mesa y pocos nuestros trenes y nuestros vestidos, las rentas reales son robadas. ¡Robadas, robadas! esto es demasiado grave. Yo no creo que un caballero tal como el duque... ¿Si te doy una prueba de que el duque vende los oficios miserablemente?...
En las estaciones de alguna importancia, todas las vías estaban ocupadas por rosarios de vagones. Las máquinas, á gran presión, silbaban, impacientes de partir. Los grupos de soldados dudaban ante los diversos trenes, equivocándose, descendiendo de unos coches para instalarse en otros.
Entró, y sin sentarse, tendió a Lucía un portamonedas, amorcillado de puro relleno. Aquí tiene usted dijo dinero suficiente para cuanto pueda ocurrírsele, hasta la llegada de su marido. Como estos días suelen los trenes sufrir mucho retraso, creo que no vendrá hasta la madrugada; pero de todas suertes, aunque no llegase en diez días o en un mes, le alcanza a usted para esperar.
Hablose en la mesa del tiempo, del gran calor que se había metido, impropio de la estación, porque todavía no había entrado Julio, aunque faltaban pocos días; de los trenes de ida y vuelta, y de la mucha gente que salía para las provincias del Norte. Con cierta timidez, se aventuró Fortunata a decir que su marido debía dejarse de píldoras, y decidirse a ir a San Sebastián a tomar baños de mar.
Los trenes de artillería, los rosarios de automóviles, rodaban por vías recién abiertas que las lluvias habían convertido en lodazales. El barro era la peor calamidad de esta planicie extremadamente polvorienta en tiempo seco. Dos horas largas pasó Farragat de campamento en campamento antes da llegar á su destino. Su vehículo tuvo que detenerse para dejar paso á interminables desfiles de camiones.
Veinticinco años había cumplido cuando entré en una de las pocas casas de comercio que había en Santander, con ánimo de instruirme en el ramo para poder bandearme después por mi cuenta. ¡Qué vida aquélla, cuan diferente de la de ustedes ... y qué placentera, sin embargo! Y eso que no teníamos bailes de campo en el verano, ni fondas en el Sardinero, ni trenes de recreo, como ahora.
Palabra del Dia
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