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Bendíjola fray Diego que, por ser el sacerdote más bizarro y el más firme bebedor de anisado de la capital, gozaba de gran prestigio entre la oficialidad. Asistieron al acto más de veinte damas y casi otros tantos caballeros. En cuanto terminó se trasladaron todos a la Granja para pasar allí el día. Por hallarse tan cerca de la población no se necesitaban carruajes.

Cuando hubieron reposado un instante, todos se trasladaron al gran salón del director, y desde allí, en procesión solemne, las damas cogidas del brazo de los caballeros, a la vasta sala de oficinas que se había habilitado para comedor. Fué una comida espléndida la que el duque les ofreció.

Querían pasar la noche cerca de él, para que no se viese solo entre los alemanes. Las dos mujeres trasladaron ropas y colchones desde el pabellón al último piso. El conserje estaba ocupado en calentar el segundo baño de Su Excelencia.

A pesar de su preñez, sometió su cuerpo a las más arduas penitencias, imitando, dentro de su casa, en lo que era posible, la nueva reforma del Carmelo. Cuando se acercaba el día del parto, don Íñigo resolvió cambiar de residencia y se trasladaron, para siempre, a Avila de los Santos.

Vuelta al conocimiento, acostáronla sobre uno de los colchones del hospicio; en esta posición, la trasladaron a su casa en brazos de cuatro mujeres pobres, de aquellas incurables que ella había, en otro tiempo, auxiliado con alimentos, ropas y medicinas, y curado las llagas con sus propias manos.

Reservándose, pues, in pectore, para tiempos mejores el derecho de exigir al gobernador cumplida satisfacción de sus groseras palabras, dio la caución que se le pedía y salió inmediatamente de la sala y del cuartel con María, yendo a alojarse a casa de unos parientes. Por la tarde se trasladaron a Nieva, llegando a su casa cuando ya cerraba la noche.

En ella á 7 de octubre de 1498, á donde se trasladaron los Reyes Católicos despues de la muerte de la princesa Doña Isabel, que falleció en el palacio del arzobispo, se solemnizó el matrimonio de D. Pedro de Navarra mariscal de aquel reino y de Doña Mayor de la Cueva, dama de la Reina hija de D. Beltran de la Cueva duque de Alburquerque y de la Duquesa Doña Mencía de Mendoza su muger que eran difuntos.

En el primer número se mostró tan agresivo, tan insolente con el periódico de la capital, que éste, sorprendido e indignado, contestó que ciertas frases del Faro no merecían sino el desprecio. En su consecuencia, don Rosendo comisionó a sus amigos Alvaro Peña y Sinforoso Suárez «para que fueran a entenderse» con el director del Porvenir. Se trasladaron a Lancia y regresaron el mismo día.

Y esforzándose en no llorar, acabó su tocado ceñuda y mal humorada, como quien gasta tiempo en tarea baldía. El día señalado, y a la hora convenida, Pepe y Millán trasladaron a don José a casa de Engracia.

Una muchedumbre inmensa de blusas azules y pantalones rayados se agitó conmovida, embargada por los más nobles sentimientos religiosos y humanitarios. Acto continuo se trasladaron todos a la antigua iglesia parroquial para cantar el Te Deum en acción de gracias.