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Actualizado: 3 de mayo de 2025
A los nueve años era Paula una espiga tostada por el sol, larga y seca; ya no se reía: pellizcaba a las amigas con mucha fuerza, trabajaba mucho y escondía cuartos en un agujero del corral. La codicia la hizo mujer antes de tiempo; tenía una seriedad prematura, un juicio firme y frío. Hablaba poco y miraba mucho.
Al Inciso Pitum le cupo en suerte, Que en el aire parece salta y vuela, Con su pica tostada, grande y fuerte, Por cien partes le rompe la rodela: Y aunque parece darle ya la muerte, De tal suerte el cristiano se desvela, Que pierde Pitum toda su esperanza, Que el cristiano le corta media lanza.
"Vos os habéis dicho en puridad: 'Más valen coces de monje que halagos de escudero'; mas pronto vos veré como la pimienta negra, rugada, tostada y en pos molida. Si os ofendéis de mis razones, sabed que a quien me hace mal con la boca, le muerdo con la cola; y que habló la boca por do pagó la coca.
Dicho esto, la Caña se quedó muy serio, saboreando el efecto que debían causar sus palabras. Volvió a poner el palillo entre los dientes y miraba a sus amigos con cierta lástima. «¿Y qué? dijo Rubín con desabrimiento . No veo la tostada». Pues, amigo mío replicó D. Basilio en el tono de un hombre superior que no quiere incomodarse , si usted no quiere ver la tostada, ¿yo qué le voy a hacer?
PÍOS NONOS. Hágase un bizcocho fino muy delgado y bastante cocido, para que quede dorado; se deja enfriar, y si se quiere grande, se deja como está, y si se desean pequeños, se cortan pedacitos; en la parte tostada del bizcocho se pone crema y se ralla para formar el pío nono, bañándolos con almíbar fuerte.
Además, derrochados los ahorros reunidos desde tiempo de Narváez, ¿con qué tesoros pagaría los caprichos de su adorada? ¡Adiós, regalos agradecidos con caricias de pantera enamorada! ¡Adiós, huevos hilados y bistés con patatas, y cafés con tostada como no los soñó ningún sátrapa de Oriente!
Y sin saber por qué, se deleitaba contemplando sus ojos de un verde claro; las mejillas moteadas de esas pecas que el sol hace surgir de la piel tostada; el pelo rubio blanquecino, con la finura flácida de la seda; la naricita de alas palpitantes cobijando una boca sombreada por el vello de un fruto sazonado, y que al entreabrirse mostraba una dentadura fuerte é igual, de blancura de leche, cuyo brillo parecía iluminar su rostro: una dentadura de pobre.
Don Frutos no perdía función; a este le gustaba el verso, «el verso y tente tieso» como él decía, y se declaraba a sí mismo, con la autoridad de sus millones de pesos, inteligente de primera fuerza, en achaques de comedias y dramas. «¡No veo la tostada!» decía D. Frutos, que había aprendido esta frase poco culta y poco inteligible en los artículos de fondo de un periódico serio. «No veo la tostada», decía, refiriéndose a cualquier comedia en que no había una lección moral, o por lo menos no la había al alcance de Redondo; y en no viendo él la tostada, condenaba al autor y hasta decía que defraudaba a los espectadores, haciéndoles perder un tiempo precioso.
No veía la tostada, ni sabía en rigor lo que era la filosofía, aunque sospechaba que fuese una cosa muy enrevesada, incomprensible y que vuelve gilís a los hombres. «No me llama la atención que te quedes con la boca abierta. Ya irás comprendiendo... ¡Se da unos atracones de filosofía!, y me parece que dijo Juan Pablo que era filosofía espiritualista...».
Allí estaba toda la aristocracia del Mercado, la sangre azul de la reventa, las mozas guapas y las matronas de tez tostada y espléndidas carnes, con su aderezo de perlas y pañuelo de seda de vivos colores.
Palabra del Dia
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