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Actualizado: 22 de junio de 2025
Y cuando la señora calló, aniquilada, él prorrumpió en amarga lamentación contra la suerte negra que le acompañaba en la vida: de niño, torturado por la severidad exagerada del padre; de joven, castigado por la pérdida de la mujer y de su fortuna, y ahora, de viejo, obligado a abandonar la última ilusión que le quedaba y le sostenía: ¡su hijo!
Cien años habría yo buscado en el fondo de mi pecho torturado y abrasado, antes de encontrar una sola palabra que valiese un suspiro de aquel melodioso instrumento que decía tantas cosas y no sentía ninguna. Magdalena le escuchaba anhelante. Yo estaba detrás de ella tan cerca como permitía el respaldo de su butaca, en el cual me apoyaba.
La señora Chermidy trató al duque por el mismo procedimiento. «A los rusos les sienta bien, pensaba; al viejo le sentará mal.» Fue víctima de la coquetería más odiosa que haya torturado jamás el corazón de un hombre. La señora Chermidy le persuadió de que le amaba, le Tas se lo juró, y si se hubiera contentado con palabras, habría sido el sexagenario más dichoso de París.
Y, durante dos mortales semanas, en las que Gertrudis permanece sentada a la cabecera del lecho, noche y día, vive torturado por las alucinaciones de su delirio, en el que sus dos hermanos, el muerto y el vivo, van a rondar alrededor de él, ora distintos ora confundidos en un sólo ser monstruoso, especie de espectro de dos cabezas. Tan pronto está casi restablecido hace preparar su carruaje.
Probablemente jamás se había visto á sí mismo como se veía ahora. ¿No lo has torturado ya bastante? le preguntó Ester notando la expresión del rostro del anciano. ¿No te ha pagado todo con usura? ¡No! ¡no!
Todo lo contrario fué el gran novelista Gustavo Flaubert, que después de horrenda lucha con su estilo torturado, en una sesión de diez horas sólo podía producir una cuartilla impecable, eso sí, y maravillosa. Alejandro Dumas, padre, se contentaba con un vaso de limonada. Balzac hacía un enorme consumo de café, y Aurora Dupin, la Jorge Sand, fumaba como un marino.
El juez fue el primero en volver en sí y trató de componer un requiebro, después de haber torturado en vano su cerebro. ¿Le molestaré pidiendo a usted aquella horquilla? dijo gravemente Magdalena. El juez alargó displicentemente la mano hacia adelante; la horquilla perdida fue devuelta a su dueña, y Magdalena, cruzando el cuarto, miró con interés la cara del tullido.
Pero a mi pesar mis ojos se volvían hacia donde Magdalena dormía, vestida de ligera muselina, acostada sobre la áspera tela que le servía de alfombra. ¿Estaba encantado? ¿Estaba torturado? Trabajo me costaría decir si deseaba algo más allá de aquella visión decente y exquisita que reunía todas las circunspecciones y todos los atractivos.
En realidad, este hombre, de una energía puramente física, no había podido resistir a las ansiedades que le habían torturado en silencio desde algunos días atrás. Su moral se hallaba afectada por el asombro que le causaba aquel odio sombrío, aquella venganza premeditada, sabia, implacable, con que era perseguido.
Fabrice no tardó en seguirla; una vez en sus habitaciones paseóse largo tiempo de arriba abajo, torturado por supremas incertidumbres; después se sentó delante de una mesa, tomó una pluma y escribió la siguiente carta: «Señorita: »Me permito decir a usted por escrito lo que me ha faltado valor para expresarle de palabra. Mi carta será corta.
Palabra del Dia
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